Escuché decir que si pudiéramos medir el porcentaje de lo que hablamos cuando estamos con otras personas, con seguridad podríamos afirmar que sólo el 30% de lo conversado se refiere a nuestra persona y el 70% restante es referente a otras personas. En realidad, no tiene nada de malo hablar de otras personas el problema está en lo que decimos de ellas.
Hemos hecho este ejercicio con varias personas y cuando pedimos que escriban en una columna todas las cualidades y en otra todos los defectos de ellos mismos, el 90% de las veces, la columna de los defectos supera la de las virtudes, ¡y para qué decir si se trata de otra persona!
Somos expertos en detectar los errores, en resaltar lo malo, en encontrarle la “quinta pata al gato” y por supuesto comentarlo con los demás. Pero ¿qué tienen de malo los “comentarios”? Seamos sinceros, no son simples comentarios, sino opiniones sin fundamento sólido, es decir: ¡chismes! El clásico: “fíjate que supe”, “fíjate que me contaron” … En el fondo, es algo de lo que nos enteramos porque otra persona nos contó, algo de lo que no tenemos certeza, porque no fuimos testigos presenciales, no lo vimos, ni lo oímos.
Ahora, si no te agrada la palabra “chisme”, hablemos de aquello de “no estar de acuerdo”, (resistiéndonos a la autoridad y obediencia de Dios, padres, jefes, líderes, etc.), de lo cual nace la famosa “murmuración”. Tan perniciosa y destructiva como el apetitoso chisme.
Tanto el chisme, como la murmuración son dañinos porque contaminan nuestro corazón, no solo dañándonos a nosotros, sino a quienes tenemos al lado. Ambos tienen un poder destructivo, porque no vienen del corazón de Dios, sino del diablo, especialista en robar, matar y destruir.
Jesús dijo: “Todo lo que comen pasa a través del estómago y luego termina en la cloaca, pero las palabras que ustedes dicen provienen del corazón; eso es lo que los contamina. Pues del corazón salen los malos pensamientos, el asesinato, el adulterio, toda inmoralidad sexual, el robo, la mentira y la calumnia. Esas cosas son las que los contaminan”. (Mt.15:17-20).
Si vamos a hablar de otros, seamos lo suficientemente valientes para decir las cosas de frente y no a sus espaldas. Y no creamos que por no haber sido nosotros los chismosos, estamos disculpados. Somos tan culpables por chismear, como por escuchar los chismes y no detenerlos.
Si no queremos terminar arruinados, cuidemos lo que decimos. (Prov. 13:3) Jamás usemos el hablar mal y arruinar la reputación de los demás dando lugar al chisme. Que nuestra lengua sea amable, como un árbol de vida, que da la gloria a Dios y siempre bendice la vida de los demás.