¿Qué mirada proyectas cuando llega la crisis? ¿Hacia dónde diriges tus ojos cuando llega la dificultad? ¿Hacia dónde focalizas tu atención cuando tu vida se ve amenazada por alguna cuestión?
Quisiera, durante algunos días, llevarte a observar una situación muy particular por la que tuvo que atravesar un hombre de fe. Él se llamaba Pedro.
Si observamos el relato, nos daremos cuenta de que después de darle de comer a la multitud, Jesús envió por delante a sus discípulos. Mateo dice que los obligó a meterse en la barca e ir por delante de él al otro lado del mar de Galilea. Si comparamos este relato con su paralelo en el Evangelio de Juan, seguramente encontraremos la explicación. Juan nos dice que después de alimentar a la multitud, ésta quería hacerle rey a la fuerza. Había peligro de que se produjera una aclamación popular y que allí mismo se iniciase una revolución. Era una situación peligrosa, y bien pudiera ser que los discípulos la complicaran más todavía, porque en esta instancia de la historia, ellos pensaban todavía en Jesús en términos de poder terrenal. Así que los envía y queda solo, subiendo a orar a un monte. Mientras los discípulos comienzan su travesía una fuerte tormenta se desata y comienzan a golpear las olas contra la embarcación. Ellos entonces comienzan a lidiar con la situación.
Pero Jesús estando arriba de aquel monte tuvo una mirada integral de la dura situación por la que ellos atravesaban, razón por la cual sale a socorrerlos.
Comienza a andar sobre el mar, se acerca inesperadamente a ellos, provocando un gran susto, ya que pensaron ver un fantasma. Jesús les aclara que era él y que por lo tanto no debían atemorizarse. Aquí podría haber concluido el relato, tal como sucede en los Evangelios de Marcos y de Juan. Pero Mateo nos muestra a Pedro redoblando la apuesta y yendo por más, cosa que hacía frecuentemente y de manera desacertada.
¿Quién era Pedro? No sólo era uno de los doce, sino que junto a Santiago y su hermano Juan conformaban el círculo más íntimo de Jesús. Con ellos tres vivió momentos únicos:
-Realizó el milagro de sanidad con la hija de Jairo. Dice el texto: “No permitió que le siguiese nadie sino Pedro, Santiago y Juan”.
-Él se transfigura delante de ellos.
-Comparte tiempo en Getsemaní antes de ir a la cruz. Dicho sea de paso, ellos se quedaron dormidos.
Hay tres momentos en la vida de Pedro que lo pintan de cuerpo entero:
-Cuando Jesús lo llama, le invita a echar sus redes al mar. Recordemos que él era pescador. En ese momento Pedro le explica que ya había echado sus redes durante la noche y nada había sucedido. Explicarle a Dios cosas que Él supuestamente desconoce es una de las especialidades del ser humano. Sin embargo, en el nombre de Jesús lo hace y esas redes estallan con lo pescado. Automáticamente, él se rinde al Maestro, deja todo y lo sigue.
-En cierto momento Jesús les pregunta a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que soy? Allí salta Pedro y haciendo una excepción a la regla le contesta de manera extraordinaria: “Tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente”. El Señor le contesta: “Bienaventurado eres Pedro, porque no te lo reveló ni sangre ni carne sino mi Padre que está en los cielos”. Acto seguido les anuncia a los discípulos que le era necesario padecer e ir a la cruz para salvar a la humanidad de sus pecados. Pedro vuelve a saltar y le dice: “Señor, ten compasión de ti, en ninguna manera esto te acontezca”. Jesús le responde: “Quítate de delante de mí, Satanás, me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”.
-Jesús vuelve a anunciar su muerte y Pedro se ofrece a acompañarlo a la cruz: “Si es necesario, cuenta conmigo”, le dijo. ¿Tú lo viste a Pedro en la cruz junto a Jesús? ¿No había allí dos malhechores? No sólo no estuvo allí, sino que unos instantes después, negó conocer a Jesús, del cual había sido íntimo. Pedro actuaba por impulso, faltaba a menudo y luego se angustiaba, especialmente cuando oyó al gallo cantar y recordó lo que Jesús le había advertido.
Volviendo al relato que nos ocupa, Pedro le dice a Jesús: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Y el Señor le dijo: “Ven”.
Descendió Pedro de la barca, anduvo sobre las aguas, pero AL VER (presta atención a esta expresión) el fuerte viento tuvo miedo y comenzó a hundirse y a gritar: “¡Señor, sálvame!”
En definitiva, desciende de la barca, anda sobre las aguas y proyecta cuatro miradas…
Continuará en el devocional de mañana…