Incertidumbre. Ansiedad. Temor. Desconfianza. Angustia. Desilusión. Bronca. Padecimiento. Desazón. Desilusión. Desesperanza. Desequilibrio. Locura. Insomnio. Amargura. Escasez. Hambre. Opresión. Injusticia. Corrupción. Profunda necesidad. Extorsión. Abandono. Inestabilidad.
Así se sentía la vida en Israel. Esta se había transformado en una verdadera tortura. Los líderes del país se habían corrompido y estaban siendo irresponsables. Los ricos habían comprado sus grandes mansiones con dinero deshonesto. Era una economía injusta. El pueblo padecía opresión y los inocentes pasaban hambre, una verdadera esclavitud. Encima, algunos idealizaban ese imperio nacional. Es allí donde el profeta lanza su queja pidiendo auxilio del Creador. ¿Será que Dios es bueno cuando hay tanta maldad en el mundo? Él se convertiría en un atalaya.
Dios le responde; no respalda a los corruptos, caerán. Le muestra su gloria y le trae una visión de su salvación. Él derrotará la maldad, traerá justicia y rescatará a los oprimidos e inocentes. Confrontará la maldad y hará caer a los malvados. La mayoría de las naciones se transforman en una Babilonia, pero Dios no permitirá que esas naciones sigan en pie. Llegará un juicio sobre el impío. Dios ama al Mundo y enfrentará su maldad.
El profeta Habacuc llega a una firme fe al enfrentarse a situaciones difíciles y esa visión lo lleva a proclamar que incluso si el mundo cayera corrompido, él como justo viviría por la fe. Es increíble la descripción que se realiza en este libro. ¡Tan actual que parece haber sido escrita en estos días para cualquiera de nuestros países tercermundistas de hoy!
No puedo dejar de admirar a este hombre, Habacuc, el que abraza. Como un sacerdote intercedió con su queja ante Dios y luego, caminó por los muros linderos como un verdadero atalaya. Estuvo con los ojos abiertos a la gloria presente y al accionar futuro de su hacedor, proclamando que por fe el justo viviría.
Me pregunto si yo estoy a esa altura de la fe. La respuesta es que aún no. Debo abrir más mis ojos a la gloria de mi Señor, debo levantar más la vista de las cosas de mi Babilonia y dejar de idealizar su sistema. No hay sistema imbatible aquí.
Debo aún más creer que, aunque todo lo que me traiga seguridad no funcione, es Dios quien me da estabilidad para no caer y el sustento que necesito, es el que me salva y me ayuda a caminar sobre la cornisa.
“Señor, siento mi vida en este tiempo como si viviera en los tiempos de Habacuc. Abre mis ojos para ver tu grandeza y obrar, para, así y todo, alegrarme en ti, el Dios que me salva. Quiero vivir por fe”.