Conocí este versículo cuando era chica y enseguida lo hice uno de mis favoritos. Una mañana, antes de ir a rendir un examen final de la facultad, lo leí como parte de un devocional. Por dentro pensaba que sí, que así es, que “amén” y salí de casa toda fortalecida para rendir el examen. Y me fue mal.
De regreso, con el aplazo en la libreta, la bronca del fracaso y la impotencia de haber dedicado tantas horas a leer, resumir, estudiar y que todo haya sido en vano, recordé el versículo. Pero esta vez pensando en cuál podría ser el propósito o “el bien” de perder una materia y tener que volver a estudiarla en unos meses.
En realidad, no lo sé con seguridad. Podría ser para entender mejor los contenidos, aprender a no bajar los brazos, poner las cosas en perspectiva, no preocuparme o a ver a Dios obrar de otras formas. Lo que sí sé es que el versículo habla de “todas las cosas” y eso aplica tanto para un examen como a cualquier otra circunstancia, en especial a aquellas que no podemos cambiar o no resultan como planeamos.
Porque Dios no promete que “todo va a estar bien”. Dice que todas las cosas van a ayudan para nuestro bien “de acuerdo con su propósito”. Dios está cumpliendo su propósito en nuestras vidas. Y lo cumple con esas cosas que parecen no llegar (un mejor salario, un trabajo estable, una pareja, un hijo) como con esas cosas que parecen no irse (el dolor, una enfermedad, problemas).
Esto que estamos pasando hoy -lo que sea- está cumpliendo el propósito de Dios y, en sus planes, va a resultar para nuestro bien.
“Dios, ayúdame a afrontar aquellas situaciones adversas, sabiendo que tu promesa es que todo, incluso lo negativo que nos pueda pasar, cuando termine el día será usado para nuestro bien”.