Mirar al pasado y recordar lo malo que me hicieron durante mi infancia, mis padres, mis abuelos, mi hermano mayor, mi mejor amigo o amiga y luego decir “esto ya está” pero lo repito cada tanto, significa que sigo haciéndome daño a mí mismo y afecto a las personas con quienes convivo. Si así lo hago es porque no estoy sano y no he superado las heridas del pasado.
Soy un observador y trato de comprender el dolor por causas físicas, psicológicas, emocionales, humanistas, espirituales y trato de encontrar una respuesta y comprender la situación de la persona. Hay situaciones en las que uno no encuentra respuesta y otras veces resulta difícil tratar con una persona que por años repite el comportamiento y nunca ha tratado de superarlo.
El tiempo de la pandemia fue muy particular para muchas personas. Por un lado, se sintieron obligadas a permanecer más cerca de la familia, para bien pudieron sentirse más acompañadas y se fortalecieron las relaciones familiares. Por otro lado, y para mal, resaltaron las diferencias, incomprensiones y malos temperamentos. Muchas personas sufrieron por falta del afecto necesario que recibían todos los días. Las prohibiciones como las de no hacer reuniones, no acercarse, no abrazos, no besos, no salidas, no hagas planes, etc., hicieron que faltara la hormona que sana. Hubo rotura de los lazos matrimoniales y familiares con las consecuencias de cada caso.
Cuando una persona es mayor busca de alguna manera el afecto con las mascotas. Hay personas que por medio del sexo buscan un abrazo. Buscan la hormona (Oxitocina) que se produce en el sistema nervioso que modula comportamientos sociales y sentimentales. El ser humano necesita las distintas muestras de afecto que son fundamentales para el desarrollo de su personalidad y sus relaciones. Los abrazos, los besos, las palabras de admiración y reconocimiento son actitudes que, hechas con amor, favorecen las relaciones personales, son necesarios y hacen muy bien. Pero en otros casos, el tema del tacto por personas inmorales con los abrazos y besos intencionales, abren el camino para los abusos que dejan huellas y traumas en las personas afectadas. Las personas que han sido abusadas con traumas tendrán problemas para relacionarse con los demás.
Por esa razón las buenas relaciones afectuosas y sanas desde la lactancia desarrollan las hormonas del placer que hacen bien y favorecen el estado de felicidad y alegría entre las personas. Por el contrario, las personas que no han sido deseadas ni queridas desde la infancia no recibieron un abrazo y otras muestras de afecto cariñoso, serán personas que rechazarán a los demás, se sentirán molestas ante la presencia de otros, y quizá con miedo ante las personas que no conocen.
El salmista David pasó por situaciones diversas. No fue valorado por su padre durante su juventud. Cuando el profeta Samuel se acercó a su padre por mandato de Dios para elegir a uno de su familia para reemplazar al rey Saúl, después de presentar a todos sus hijos, por último mandó llamar a su hijo David que estaba al cuidado de sus ovejas. “Después Samuel preguntó: ¿Son estos todos los hijos que tienes? Queda todavía el más joven—contestó Isaí—. Pero está en el campo cuidando las ovejas y las cabras. Manda llamarlo de inmediato—dijo Samuel—. No nos sentaremos a comer hasta que él llegue. Entonces Isaí mandó a buscarlo. El joven era trigueño y apuesto, y de hermosos ojos. Y el Señor dijo: Este es, úngelo. Al estar David de pie entre sus hermanos, Samuel tomó el frasco de aceite de oliva que había traído y ungió a David con el aceite. Y el Espíritu del Señor vino con gran poder sobre David a partir de ese día”. (1 Samuel 16:11-13).
En cierta oportunidad David, resentido por una situación especial, recibió el aliento de Dios. “David ahora se encontraba en gran peligro, porque todos sus hombres estaban muy resentidos por haber perdido a sus hijos e hijas, y comenzaron a hablar acerca de apedrearlo. Pero David encontró fuerzas en el Señor su Dios”. (1 Samuel 30:6).
Recuerda que Dios nos hizo para que tengamos buenas relaciones entre los seres humanos y seamos felices. Dejemos que Dios siga siendo nuestro guía y recibamos de Él las fuerzas necesarias para hacer bien y recibir sus bendiciones.
“Señor, que el resentimiento nunca invada mi corazón. Que pueda estar acorde a lo que tú quieres, alineado a tu voluntad y propenso a perdonar”.