Cada Santa Cena nos recuerda que Jesús dio su vida por nuestros pecados. Fuimos justificados y ahora nosotros:
somos el cuerpo de Cristo, su Iglesia,
somos el pueblo de Dios,
somos la familia de la fe,
somos hermanos,
somos uno en Cristo.
Comenzamos a caminar juntos.
Sin embargo, en algún momento, al pasar el tiempo y transitar el camino de la vida, puede pasar que las diferencias humanas hagan que ya no nos sintamos parte de ese pueblo, ni de esa familia y que ya no seamos uno. Comenzamos a distanciarnos de nuestros hermanos y a caminar solos. ¿Cuándo dejamos de ser “nosotros” para convertirnos en “ustedes y yo”?
Pablo ya había advertido en el comienzo de la iglesia, que esta era tan divina como humana. Por esa causa, nos dejó dos mandatos para sostener en el tiempo: “Sopórtense los unos a los otros y perdónense entre ustedes si tienen alguna queja contra el otro” (paráfrasis de Colosenses 3:13).
Soportar habla de tener encima un peso o algo que pesa, de manera que no se caiga, ni se tambalee; pero también de que a pesar de la presión que se ejerza contra algo, no se rompa. Parece bastante imposible, cuando el otro comete acciones contra mi persona que me pesan en muchos sentidos.
Humanamente no puedo seguir en comunidad con esa persona y mucho menos siendo uno. Lo más probable es que mis quejas en su contra sean acertadas y que ese hermano que me está ofendiendo, no se merezca que yo lo perdone, ni que siga caminando a su lado, ni que sigamos siendo “nosotros”. Eso es justo para mí.
Es en ese punto cuando el apóstol agrega: “De la manera que Cristo nos perdonó, así perdónense”. En el original, habla de hacerlo “por bondad inmerecida”. Eso es justo para Dios.
Por eso, cada eucaristía, me recuerda que yo tampoco soy digno de su perdón, como mi hermano que me ofendió tampoco lo es; y me invita a solucionar los conflictos para seguir viviendo unidos en comunidad. Esta es la parte divina, porque es por su gracia que nos hace “nosotros”.
“Señor, tú sabes cómo me pesa eso que me hizo mi hermano, cuánto me duelen sus palabras y que humanamente no puedo soportar este peso, ni seguir en unidad. Sin embargo, reconozco que yo también muchas veces te fallo y que soy bastante pesado de soportar, pero tú me sigues amando y sosteniendo. Por eso, por gracia, como tú lo haces conmigo, hoy perdono una vez más a mi hermano, aunque no se lo merezca, como yo tampoco me merezco que me perdones.
Señor, yo hago mi parte humana de perdonar y te pido fuerzas para seguir soportando. Quiero darte las gracias porque tu Espíritu sigue sanándome y uniéndome con mis hermanos para seguir caminando juntos”.