Autor: Bill Winston
Editorial: Casa Creación
Páginas: 224
Es una maravilla comenzar una lectura así, con alguien que te diga lo importante que eres, y es que, muchas veces, olvidamos este “pequeño-gran” detalle. Somos lo que Dios dice que somos y no lo que nuestra mente cargada de culpas e ideas preconcebidas nos quiere hacer creer.
A partir de aquí uno se zambulle en la lectura con una sonrisa en el rostro. Y no será la única. ¡No es para menos! ¡Volvemos a enterarnos de que pertenecemos a la realeza y que, aunque hayamos caído mil veces, su voluntad para con nosotros no cambia con el tiempo!
Pero el autor nos habla también de un tema no menor: muchas veces esa condición de realeza se ve afectada por nuestra propia (y dañina) autopercepción, por eso nos dice: “Te conviertes en lo que crees que eres. Lo que crees sobre ti mismo es lo que terminas siendo. Escúchame con atención: lo que recibes no sólo se trata de lo que quieres; se trata de la imagen que tienes de ti mismo. Esa imagen se convierte en el imán que atrae a los iguales. Ello determina el monto de la herencia que poseerás”.
Una vez que entendemos que somos herederos reales podemos estar firmes aunque nos encontremos pasando por un momento de miseria (y aquí no nos referimos solo al ámbito económico), como le ocurrió al hijo pródigo. Recordar nuestra identidad estimula nuestra fe y hace que decidamos salir del lodo.
Este gran autor nos recuerda que Dios nos ve como reyes y gobernadores, y él mismo nos da las herramientas para ejercer ese título de realeza. El problema es que hay enemigos que nos impedirán coronarnos en esa cima y estos son, entre otros: nuestra propia imagen de inferioridad, el temor, la falta de conocimiento, nuestras ideas preconcebidas, pensamientos limitados que no ven la eternidad, palabras autodestructivas, el resentimiento, la ira, la fatiga, la insatisfacción, la necedad… En resumen: nuestra identidad de esclavo que fuimos adquiriendo con el tiempo y que nos movió de nuestra verdadera identidad.
Cada uno de estos enemigos anteriormente nombrados, el autor los irá tratando a lo largo del libro para que aprendamos a quitarlos de nuestra vida y así gozar del título que Dios nos otorgó: el de reyes y reinas.
El autor nos insta a tener un lenguaje de fe. Aún a pesar de lo que vemos, declarar lo que en verdad somos en manos del alfarero. Porque nunca las cosas serán como nuestros ojos las ven sino como Dios quiere que sean. Por eso nos dice: “La gente no ve con los ojos, ve a través de los ojos. Lo que la persona tiene en el corazón le da forma a su visión del mundo”. ¿No es esta una frase maravillosa?
El autor nos hace ver que, muchas veces, el poder de nuestros pensamientos y de nuestra baja autoestima se inclina hacia lo negativo y eso determinada nuestro futuro. Por eso, este gran maestro nos mostrará los pasos a seguir para desechar todos esos enemigos que no querrán que nuestro reinado se cumpla. Para ello nos regalará una frase rotunda: “la palabra de Dios es lo único que cuenta”.
Esta es una realidad avasallante y que muchas veces desestimamos. Si pudiésemos aplicar esta frase a cada situación o pensamiento que viene a doblegarnos ¡Nada nos haría caer!
En la segunda parte de este libro tenemos numerosos testimonios de este gran hombre de Dios que sirven para respaldar cada palabra dada y para animarnos a dar ese gran paso de fe que estamos necesitando.
Cada una de sus experiencias de vida, son muy enriquecedoras mostrándonos con hechos cómo se puede sortear cada obstáculo (externos y, sobre todo, internos).
Hacia el final del libro, el autor nos otorga una serie de enseñanzas, ejemplificándolas con historias reales, en las cuales nos invita a dejar de sobrevivir y realmente vivir.
Por último, nos pone una advertencia: si ya has vencido los obstáculos y realmente te crees quién eres, es decir, un rey; vendrán sobre ti ciertas cuestiones a saber: tu identidad real tamizará tus relaciones y pondrá celosos a los demás, también te pondrá a prueba. Aun así, nada de todo esto te quitará tu identidad: eras, eres y serás un rey. Solo lo debes creer y luego sostener… ¿Qué tal si empezamos hoy mismo?