Durante muchos años viajé como evangelista, predicaba un promedio de seis noches por semana en diferentes iglesias. Durante ese tiempo perfeccioné un repertorio básico de unos treinta sermones, que predicaba tan a menudo que si hubiera caído muerto en medio de alguno de ellos, mi esposa podría haberlos terminado por mí. Así que cuando se me pidió que fuera pastor de la iglesia Free Chapel, enfrenté el desafío de preparar tres sermones nuevos cada semana. Mi mayor temor era no poder hacerlo. ¿Tenía lo necesario para mantener la frescura, que mi congregación creciera y para edificar desde el púlpito un ministerio fuerte? En retrospectiva, veo obrar la sabiduría de Dios. Me colocó en una comunidad pequeña donde podía hacer el menor daño posible mientras seguía aprendiendo. Cada fin de semana el desafío volvía. Hacia el martes la presión empezaba a acrecentarse, a medida que se acercaba el domingo. Estudiaba hasta las 2 o 3 de la madrugada del domingo y dejaba mi oficina sintiéndome agotado e inquieto, orando: “Señor, si no me ayudas esta semana, ¡estoy hundido!”. Pero aprendí a nadar. Me convertí en lector, descubrí grandes recursos, desarrollé disciplina y hábitos de estudio sólidos, y por encima de todo, aprendí a apoyarme en Dios como nunca lo había hecho antes. Esa lección de aprender a apoyarme en Dios es la manera en que superé uno de los mayores miedos de mi vida. Fue el primer paso para vivir el concepto del que hablo en mi libro,
Read more: Vivir la vida audaz