Un buen hombre se alegra respondiendo de manera apropiada, y una palabra pronunciada a tiempo ¡cuán buena es! (Proverbios 15:23). Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene (Proverbios 25:11, RVR95). Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios (Isaías 50:4). Estos tres versículos merecen nuestra reflexión. En realidad son grandes pasajes bíblicos. ¡Qué tremenda bendición es ser utilizado por Dios para animar a otros!
Podemos bendecir a la gente con las palabras de nuestra boca. Podemos hablarles vida. El poder de la vida y de la muerte están en la lengua (Proverbios 18:21). Podemos escoger hablar vida. Cuando edificamos o exhortamos, alentamos a la gente a seguir adelante. Piense bien en esto. Sólo con nuestras palabras podemos hacer que la gente se devuelva o siga adelante.
Los padres deben tener mucho cuidado con la forma como les hablan a sus hijos. Ser padre es una gran responsabilidad. Dios le añade autoridad a la paternidad. Como padres, las parejas tienen autoridad sobre la vida de sus hijos hasta que éstos tienen edad suficiente para dirigir sus propias vidas. Y por causa de esa autoridad las palabras de los padres pueden alentar o desalentar a un niño. Las palabras de un padre pueden herir o sanar.
Cuando un niño ha sido herido emocionalmente por un maestro u otro niño, el padre puede ser utilizado por Dios para ayudarle a restablecer su confianza rápidamente. Sin embargo, las palabras ásperas o carentes de comprensión, pueden ahondar aún más esa herida.
Cuando los niños cometen errores, lo cual ocurre miles de veces durante la niñez, los padres necesitan saber "cómo disciplinarlos", es decir, en amonestación del Señor (Proverbios 22:6 y Efesios 6:4).
Es muy importante que los padres no hagan sentir al niño estúpido, desgarbado, o como si fuera un fracaso. Esto puede ocurrir si no usan con sabiduría sus palabras.
Los niños son frágiles y vulnerables. Y son tiernos, hasta cierto grado, durante sus primeros años. En los años de formación es de vital importancia que los padres les ayuden a sentirse seguros y amados. Como actualmente muchos padres tienen tremendos problemas y presiones personales, es común que no toman tiempo para ministrarle a sus hijos acerca de sus retos. Tendemos a pensar: "Son sólo problemas de niños, yo debo resolver problemas reales".
Si usted tiene hijos, cuando algo los lastime, recuerde hablarles "una palabra a tiempo que los sane” y los reanime.
Por lo tanto anímense (amonéstense, exhórtense) entre ustedes mismos y edifíquense (fortalézcanse y estimúlense) los unos a los otros, tal como lo están haciendo (1 Tesalonicenses 5:11).
Romanos 12:8 habla del don de la exhortación. Es uno de los dones del ministerio que el Espíritu Santo le confiere a ciertas personas.
En Juan 14:26 el Espíritu Santo es denominado el "Ayudador". Él exhorta a los creyentes a crecer en su relación con Dios, y los anima a ser todo lo que pueden ser, para la gloria de Dios. Como Ayudador y Exhortador, Él unge a los creyentes para realizar el mismo ministerio.
Usted y yo debemos ser conscientes de que la exhortación es un ministerio, y muy necesario por cierto. En las iglesias siempre hay suficientes personas que están listas para darse por vencidas si no ocurre algo que las aliente y les dé ánimo. Como exhortadores, usted y yo estamos en capacidad de evitar que alguien se dé por vencido o se descarríe.
En ese mismo versículo también se le llama "Confortador" o Consolador al Espíritu Santo. Los exhortadores consuelan, hacen que las personas se sientan mejor consigo mismas, con sus circunstancias, con su pasado, su presente y su futuro, y con todo lo que se relaciona con ellas.
Tal como lo hemos visto en 1 de Tesalonicenses 5:11, el apóstol Pablo instruyó a los primeros cristianos para que continuaran exhortándose los unos a los otros.
Cualquier persona que desee llegar a ser un intérprete de Dios también debe ser, o convertirse, en un exhortador.
Algunos tienen un don especial en esta área. Conozco a varias personas que son exhortadores naturales, o natas. Cada palabra que sale de sus bocas es para bien de los demás.
Mi don ministerial no es la exhortación, pero como he aprendido a valorar su importancia, siempre procuro recordar que hay personas lastimadas que necesitan aliento y estímulo.
—Tomado del libro ¡Esta boca mía! por Joyce Meyer. Publicado por Casa Creación. Usado con permiso.