Ocurrió en el comienzo. Jesús andaba solo todavía. Pasó cerca del lugar donde ministraba Juan el Bautista y éste no se pudo contener al verlo y gritó “¡Miren! ¡Ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!” Cuando los dos discípulos que estaban con él lo oyeron, comenzaron a caminar detrás de Jesús siguiéndolo. Y de esta manera continúa el relato:
“Jesús miró a su alrededor y vio que ellos lo seguían. — ¿Qué quieren?—les preguntó.
Ellos contestaron: —Maestro ¿dónde te hospedas?
—Vengan y vean—les dijo.
Pasaron la tarde juntos e inmediatamente Andrés, uno de los dos, fue tan impresionado por el encuentro que salió a buscar a su hermano Simón para contarle, emocionado, que habían encontrado al esperado Mesías. Cuando Jesús lo vio a Simón, pareció que ya lo conocía desde mucho antes y que sabía quién iba a llegar a ser, porque lo miró a los ojos y le dijo: “Te llaman Simón, pero tú eres Pedro”.
Luego, al día siguiente, estaban planeando salir para Galilea y se encontraron en el camino a Felipe. Y a este también parecía conocer Jesús porque sin dudarlo le invitó a seguirlo y a unirse al grupo.
Y Felipe tenía un buen amigo que se llamaba Natanael; y salió a buscarlo y cuando lo encontró, feliz le contó que había encontrado al Mesías del que Moisés había hablado, y que resultaba ser el hijo de María la vecina del pueblo, esa que era la mujer del carpintero José, de Nazareth, de Galilea. Natanael medio aturdido por el entusiasmo de su amigo lo quiere hacer reaccionar y exclama: “¡Para! ¡Detente! ¿Un Mesías de Nazareth? ¿Acaso puede salir algo bueno de Nazareth?”
Es que Galilea, Nazareth, Betsaida y los pueblos del lugar, era tierra de gente de mal ambiente, sin cultura ni educación, y menos, conocimiento de Dios. Además, era una zona de muy pobres recursos.
Al final Felipe lo convence de ir por lo menos para que lo conozca y lo escuche y que él lo pueda comprobar por sí mismo. Seguramente de mala gana, Natanael siguió a su amigo, como para darle el gusto y entonces el relato continúa:
“Mientras ellos se acercaban, Jesús dijo: —Aquí viene un verdadero hijo de Israel, un hombre totalmente íntegro.
— ¿Cómo es que me conoces?—le preguntó Natanael.
—Pude verte debajo de la higuera antes de que Felipe te encontrara—contestó Jesús.
Entonces Natanael exclamó: —Rabí, ¡tú eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel!”
¿Qué causó semejante cambio en este hombre que pasó de una incredulidad total a reconocer a Jesús como el mismo HIJO DEL DIOS VIVIENTE, EL REY DE ISRAEL?
Solo Natanael sabía que había buscado un lugar debajo de una higuera quizás para estar solo. No sabemos qué lo llevó a aislarse; preocupaciones, una tristeza o quizás siendo él íntegro de corazón y viendo tanta injusticia e impunidad en el pueblo de Dios, sintiera angustia, confusión y desánimo. No era fácil hablar con Dios en esos tiempos. Había sido estrictamente enseñado que Dios no estaba accesible para escuchar a cualquiera, contrario a lo que Jesús les reveló después.
Si fue por angustia y desánimo que él se aisló de los demás, no lo sabemos, pero si fue así, quizás lloró y sintió una profunda soledad. Nadie lo vio ahi. Pero Jesús lo estaba viendo, cuando el se creyó solo. Jesús lo escuchó, cuando pensó que estaba hablando a la nada. Jesús lo reconoció y le mostró que lo conocía profundamente. Natanael supo con ese encuentro que no estaba perdido en el universo. Dios era el Viviente que lo ve.
Otra persona, siglos antes en medio del desierto sin saber qué hacer ni a quién pedir ayuda, totalmente sola y huyendo con un embarazo no buscado, maltratada y abandonada, también supo que había un Dios que la estaba viendo. Porque Él mismo se le presentó y la salvó. Esta fue Agar, la sierva egipcia de Sara y Abraham. Ella entonces, en homenaje a ese momento tan precioso, nombró al manantial de agua en el cual se reconfortó, EL VIVIENTE QUE ME VE.
Aun Jesús buscó un lugar solitario debajo de unos árboles, en su peor noche de oscuridad, en el Monte de los Olivos. Y textuales palabras dijo a sus amigos: “Es tal la angustia que me invade que me siento morir”, y luego, alejándose, se tiró al suelo y le pidió al Padre con lágrimas, ser librado. (Mateo 26). Lo maravilloso de ese momento es que cuando rindió su voluntad a Dios, ángeles lo rodearon y lo sostuvieron.
No sé cómo es el tiempo que estás pasando, pero no estás solo. No sé a qué lugar vas a lamentarte, enojarte o llorar en soledad, pero Dios te está viendo y escuchando. Él es el viviente que te ve. Solo rinde tu voluntad y confía. No hay otro camino para guiar tu vida. Él es el camino, la verdad y es la vida.