El corazón es el centro de nuestro espíritu, justo la esencia de nuestro ser. En nuestro corazón están nuestros deseos más profundos, lo que adoramos verdaderamente sale de ahí.
Pero también es donde están nuestros verdaderos problemas. Todas las decisiones que tomamos en nuestra mente primero pasan por el corazón. El corazón es la fuente, este afecta y determina nuestros pensamientos y decisiones.
Lo que está en nuestro corazón importa. La Biblia nos invita a cuidar nuestro corazón, ya que este determina el rumbo de nuestra vida (Proverbios 4:23), es muy importante guardar y consagrar nuestras emociones y pensamientos a Dios. El corazón es engañoso, no se puede confiar en él, por eso siempre hay que alinearlo al corazón de Dios.
“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso: ¿Quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9).
Cuando estamos alineados a él, comenzamos a amar todo lo que Él ama, nuestro corazón debe ser un lugar donde Dios pueda depositar todas sus pasiones. Tenemos que buscar ser una casa agradable para el Espíritu Santo, y que Él encuentre en nosotros un corazón puro, así como el que pedía David.
“Crea en mí, oh, Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mi” (Salmos 51:10).
Cuidar nuestro corazón implica morir a nuestros propios deseos naturales, para poder darle lugar a sus pasiones. Nuestro corazón fue diseñado desde un comienzo para amar lo que Dios ama, pero cuando nos desenfocamos nuestro corazón comienza a funcionar mal.
Nuestra mente natural es un enemigo de Dios, siempre se opone a lo que Dios está diciendo. Cuando dejamos que nuestro corazón nos guíe y vivimos según nosotros, comienzan a gobernarnos las preocupaciones y las circunstancias que hay alrededor, nos volvemos inestables y vulnerables. Nuestro corazón fue diseñado para reflejar a aquel que lo creó. Cuidémoslo y busquemos tener un corazón puro que sea agradable para el Espíritu Santo.
“Señor Jesús, hoy vuelvo a consagrarte mi mente y corazón. Te pido que crees en mí un corazón limpio y que renueves mi mente. Quiero que cuando me mires, te agrade lo que ves. Pon en mí tus pensamientos y tus deseos, quiero menguar para que tú crezcas. Que de mi boca salga adoración pura, en el nombre de Jesús”.