Todos tenemos un llamado de parte de Dios. Un llamado a servirle en la extensión de Su Reino. No tiene que ser desde un púlpito ni ejerciendo un título ministerial. No necesita una credencial para compartir a otras personas sobre las Buenas Nuevas de Salvación.
Piense por un instante que una palabra de aliento y del amor de Jesucristo, puede ser justamente lo que necesita alguien.
Conocí a un taxista que no desperdiciaba ocasión para regalarle un tratado evangelístico a sus pasajeros. Con ese pequeño folleto y un breve mensaje, llevó muchas más personas a la cruz de Cristo, que aquellos que hacían decisión de fe en la pequeña iglesia local a la que asistía.
El apóstol Pablo explicó la razón de nuestro llamamiento: “Por medio de Jesucristo recibimos la gracia del apostolado, para que por su nombre llevemos a todas las naciones a obedecer a la fe” (Romanos 1: 5).
Un lustrador de calzado, en una zona emblemática de Santiago de Cali, donde resido, recibe con una sonrisa a cada uno de sus clientes y, en medio de la conversación, le regala un tratadito. Por supuesto, los ejemplos son múltiples. Todo para coincidir en un punto: tú no necesitas cargo específico ni credencial de una denominación para desarrollar un ministerio. Basta que disponga su corazón y su vida para ser instrumento en manos de Dios. Cuando te rindes a Él, Dios crea las condiciones para que, a través tuyo, otros escuchen el mensaje de redención.
Decídete a servir al Señor, allí donde te encuentras, desde tu oficio o profesión. Tú eres valioso para el Reino.
“Amado Señor, reconozco que, en tus manos, mi vida puede ser útil para ayudar a proclamar el Evangelio de Gracia que trae salvación y transformador al pecador. Hasta hoy he estado muy quieto, pero deseo sumarme a la obra. Haz de mí la persona que tú quieres que yo sea. Utilízame como un instrumento”.