Perdonar no es fácil. Implica renunciar al orgullo. Una esposa que sufre la infidelidad de su marido no querrá perdonar. Alguien a quien acaban de robar una suma alta de dinero, no querrá perdonar al timador. Alguien a quien han calumniado, no querrá perdonar a quien daña su honra.
La lista puede ser muy larga. Tú quizá estás enfrentando esa misma situación. No es nada fácil, por supuesto. Es comprensible. Dios también nos comprende.
Preguntémonos ahora, ¿qué nos diría el Padre si le dijéramos que no podemos perdonar? Sin duda, nos hablaría de la gracia.
Dios ama al justo y al pecador
En la novela La Cabaña, de William Paul Young, hay una escena interesante en la que Mack Phillips dialoga con Dios. Está dolido por el abuso y muerte de su hijita. Le pide castigo para el culpable.
El Señor inmediatamente les muestra a sus hijos adolescentes: un chico y una chica. Los dos han cometido errores. Él le dice que escoja uno para ser condenado. Mack entra en pánico y le dice a Dios que no podría escoger. Que prefiere morir él, como progenitor, antes que condenar a sus hijos.
Esa una forma sencilla y práctica como Dios le muestra en qué consiste la gracia. Es un perdón ilimitado para quien no lo merece. Por ese motivo, Jesús murió en la cruz. Siendo tres veces santo desde la eternidad, el Hijo de Dios cargó en el Calvario con todos nuestros pecados. Nos aseguró el perdón y la vida eterna.
Pero hay algo importante; Dios no nos obliga. Él nos extiende Su gracia, pero la decisión nos corresponde a ti y a mí. Debemos creer y apropiarnos de esa gracia. Hoy es el día para tomar la decisión. Ábrele las puertas de tu corazón a Jesucristo.
“Amado Dios, gracias por este nuevo día que me regalas. Reconozco que he cometido errores. Muchos de mis equívocos me pasan cuenta de cobro en la vida y enfrento las consecuencias de haber pensado y actuado, obrando en mis fuerzas y no bajo tu guía. Enséñame, Dios a perdonar, porque en mis fuerzas no me resulta fácil. Rindo mi vida en tus manos”.