La frase “Jesús nos aseguró nuestra salvación, nos puso en su familia, nos dio su Espíritu y nos hizo sus agentes en el mundo” es parte del best seller “Una Vida con Propósito”, de Rick Warren y encapsula una profunda reflexión acerca de la obra de Dios a favor nuestro por medio de Cristo.
No hay dudas: la obra redentora de Jesús es un acto supremo de amor que transforma radicalmente nuestra existencia en múltiples dimensiones. Especialmente en estos cuatro pilares:
1. Salvación
2. Familia
3. Espíritu Santo
4. Agentes y Embajadores en el mundo
Salvación
La afirmación de que Jesús nos asegura nuestra salvación es fundamental. Esta seguridad no proviene de nuestras obras o méritos, sino del sacrificio redentor de Cristo en la cruz. La salvación es un regalo que recibimos por gracia a través de la fe. Efesios 2:8-9 (Lenguaje Actual): “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es un regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte”. Esta certeza nos brinda paz y confianza, sabiendo que nuestra relación con Dios está asegurada por el amor incondicional de Jesús.
Familia
Al decir que Jesús nos puso en su familia, se enfatiza el aspecto comunitario de la fe. Ser parte de la familia de Dios significa que no estamos solos en nuestro caminar espiritual; formamos parte de un cuerpo más grande, la iglesia. Esta pertenencia nos ofrece apoyo, amor y compañerismo, lo cual es vital para nuestro crecimiento espiritual y emocional. Además, en Romanos 8:15, se nos recuerda que hemos recibido un espíritu de adopción, lo que nos permite llamar a Dios “Abba, Padre”. Juan 1:12 (NVI) lo confirma: “Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios”.
Espíritu Santo
El hecho de que Jesús nos dio su Espíritu es un regalo transformador. El Espíritu Santo actúa como nuestro guía, consolador y capacitador. Nos ayuda a entender las Escrituras, a discernir la voluntad de Dios y a vivir una vida que glorifique a Cristo. Además, el Espíritu Santo nos otorga dones espirituales para servir a otros y edificar la iglesia (1 Corintios 12:7). Romanos 8:16-17 (Lenguaje Actual) expresa: “El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos de Dios y coherederos con Cristo.” Este empoderamiento es crucial para cumplir con nuestra misión como agentes de cambio en el mundo.
Agentes de Cristo en el mundo
Finalmente, ser hechos agentes y embajadores en el mundo implica una responsabilidad activa. Como representantes de Cristo, tenemos el llamado a llevar su amor y verdad a todas las naciones. Mateo 28:19-20 (NVI), nos da el mandato: “Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado”.
Esto no solo se refiere a predicar el evangelio, sino también a actuar con justicia, compasión y servicio hacia los demás. Nuestra vida debe reflejar los valores del reino de Dios y ser un testimonio vivo del impacto transformador del evangelio.
La Responsabilidad del Embajador
Ser embajador implica una gran responsabilidad. Al representar a Cristo, debemos vivir de manera que refleje su carácter y sus enseñanzas. Esto significa actuar con integridad, amor y compasión hacia los demás. Como embajadores, no solo llevamos un mensaje, sino que también somos ejemplos vivos de lo que significa seguir a Cristo. Nuestra vida debe ser un testimonio del cambio transformador que Él ha hecho en nosotros.