El temor a las pérdidas es una experiencia común que puede afectar profundamente nuestra calidad de vida y nuestro bienestar emocional y espiritual. Desde una perspectiva psicológica, el temor a las pérdidas se puede entender como el miedo a perder algo valioso, ya sea una persona, una posesión material, una habilidad o una oportunidad.
La pérdida de un ser querido, la pérdida de la salud, la pérdida de un trabajo o cualquier otra forma de pérdida significativa puede generar miedos y hasta cierto punto esto es comprensible. He visto manifestado el temor a las pérdidas con mayor frecuencia en personas que han tenido una o varias pérdidas bien dolorosas y se han quedado con la sensación de que seguirán perdiendo cosas o seres queridos. Hasta asumen una actitud sobreprotectora con aquellos que los rodean o sus pertenencias más preciadas por su temor a perderlos. De hecho, precisamente esto puede convertirse en un trauma. Una definición de trauma que me gusta enseñar es la siguiente: un evento que me marcó o me dañó y tengo la preocupación de que se va a volver a repetir. Este temor causado por un acontecimiento traumático puede manifestarse de diversas formas, como ansiedad, tristeza, ira o desesperanza. ¿Te ha ocurrido algo así?
Al mirar la vida en retrospectiva, puede ser que tú, al igual que yo, consideres que los momentos más difíciles que hemos vivido son aquellos que están asociados a alguna pérdida. En mi caso, las pérdidas más significativas han sido la muerte de mis padres en el mismo año, la pérdida de una relación de pareja cuando tenía veintisiete años, la pérdida de un potencial embarazo, la pérdida de la salud de mi esposo por cáncer y la pérdida de mi propia salud por cáncer también. Sin embargo, hoy puedo decir que esas pérdidas han sido una fuente gloriosa de aprendizaje. Todas ellas han sido trasformadas poderosamente por el Señor y puedo dar testimonio de cómo Dios se ha glorificado.
Aunque todos estos fueron episodios muy fuertes e interesantes en la historia de mi vida, ninguno ha representado un capítulo final. Ellos me han permitido aprender sobre la vida, sobre mí misma y sobre cómo es Dios, y en este sentido los agradezco. Además, me ayudan a ser empática con mis pacientes cuando vienen sufriendo a la oficina en medio de sus propias pérdidas, dirigiéndolos a Dios para que les conceda paz y puedan llenar la ausencia que sienten en sus corazones.
“Puede fallarme la salud y debilitarse mi espíritu, pero Dios sigue siendo la fuerza de mi corazón; Él es mío para siempre” (Salmos 73:26).
Dios es un Dios de amor y compasión, que está cerca de los que sufren y ofrece consuelo y esperanza en medio de las dificultades. ¡He visto la gloria de Dios en cada una de las experiencias que he vivido! ¡Aleluya! Gracias a esas situaciones hoy puedo hablar de milagros, de restauración interior y de cómo el Señor hace todo nuevo y mejor.
La Biblia expone que las pérdidas son parte de la vida. De hecho, diferentes personajes bíblicos se enfrentaron a pérdidas muy importantes. Job, un hombre recto y temeroso de Dios, afrontó pruebas y aflicciones severas. Él literalmente sufrió pérdidas enormes. Perdió todos sus bienes, sus hijos murieron y tuvo grandes padecimientos físicos. Sin embargo, al igual que en el caso de Job, Dios puede usar todo lo que vivimos para nuestro bien y para fortalecer nuestra fe. Si has estado sobreviviendo al temor de las pérdidas, te invito a que hagas tuya esta promesa:
“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10).
Tomado del libro “No temas”, de Lis Milland, de reciente aparición. “No temas” es un producto de Casa Creación.