Con cada cambio de año, se hace inevitable hacer balances y planes. Pensamos en lo que logramos y en lo que no, en lo que íbamos a empezar o a cambiar y no lo empezamos ni lo cambiamos. Entonces, nos determinamos a hacerlo en el año que comienza.
Voy a terminar de leer tal libro…
Voy a rendir el final pendiente…
Voy a arrancar mi emprendimiento…
Voy a empezar a entrenar…
Voy a comer más sano…
Como si el cambio de fecha trajera determinación, motivación y fuerzas para encarar los pendientes del año anterior y pensamos: “¡Ahora sí, éste va a ser mi año!
Y no estaría mal. Pero generalmente, llegamos a mediados de enero y notamos que esa determinación, esa motivación y esas fuerzas no eran más que sentimientos muy lindos que poco a poco se esfumaron para dar lugar a la rutina.
Puede que seas de esas personas que establecen metas realistas y las cumplen. O puede que seas de esas personas que dejan (dejamos) para mañana lo que podemos hacer hoy y lo que pudimos hacer ayer. En cualquier caso, espero que NO sea tu año (ni el mío) sino que sea el año del Señor. Para que Él ocupe el primer lugar; para que guíe cada uno de nuestros pasos y nuestros proyectos y que le demos gloria a Él en cada cosa que hagamos.
“Señor, que este año sea tu año, que podamos ser llenos de tu sabiduría para que los demás también puedan conocerte y reconocerte en nosotros. Amén”.