3 de diciembre: Día internacional de las Personas con Discapacidad
Todos aceptamos y proclamamos que la Iglesia es un cuerpo y representa la unidad en nuestro Señor Jesús. ¿Por qué, entonces, demasiado a menudo marginamos e incluso excluimos a las personas con diversidad funcional?
Siempre que esto ocurre, aunque sea por omisión pasiva, la Iglesia no es lo que está llamada a ser. Está negando su propia realidad. En la Iglesia, estamos llamados a actuar de otro modo. Como dice San Pablo, las partes del cuerpo que parecen más débiles (notemos que no dice “son realmente más débiles”) son indispensables (1 Cor. 12:22).
Atender a las personas con discapacidad e incluirlos plenamente no es una opción de las iglesias de Cristo; es la característica que define a la Iglesia.
“De la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros…” (Ro. 12:4).
Cada persona más allá de sus características personales (diversidad funcional), aportará a la Iglesia dones y talentos específicos y especiales. Solo así la Iglesia podrá ser verdaderamente una Iglesia para todos, una Iglesia que sea reflejo del designio de Dios para la humanidad.
Recuerda que las personas con discapacidad representan, según la OMS, el 15% de la población mundial. Si ese porcentaje no se ve reflejado en nuestras congregaciones en el mejor de los casos estamos cumpliendo con el 85% de la Gran Comisión.
“Permite, oh, Dios, que nosotros que hemos sido hechos a tu imagen reflejemos tu compasión, creatividad e imaginación al trabajar para reorganizar nuestra sociedad, nuestros edificios, nuestros programas y nuestra liturgia para que todos puedan participar. En ti no estamos ya solos, sino unidos en un cuerpo. Confiados en tu sabiduría y tu gracia, oramos agradecidos en el nombre de Jesús”.