Desde la semana pasada, por no decir desde el comienzo de diciembre, resuena en mi cabeza, una y otra vez, la historia del nacimiento de Jesús… y es claro, la publicidad sobre la Navidad, la banalidad, las pláticas en los programas cristianos, las conversaciones entre hermanos, la clase de escuela dominical, las predicaciones de la época, las “fiestas” de Navidad en todos los ámbitos, todo apunta a Él de manera especial.
Sin embargo, hubo algo en particular que martilló mi cabeza y se quedó ahí atrás resonando… “Jesús nació solo”. Lo escuché varias veces, y por alguna razón no se apartaba de
mí esta frase.
Por un momento me puse en los pies de María (claro está, salvando las diferencias), una joven judía que creció bajo la cultura y las enseñanzas de la Torá, las cuales cobijaban la esperanza de la venida del Mesías, de pronto, siendo protagonista casi principal de esta historia, con todo lo que ello conlleva, me remontó al momento cuando el ángel le dice: “Y ahora concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jabob para siempre, y su Reino no tendrá fin”. (Lc. 1:31-32) ¡Wow! ¡Qué declaración! ¿Ustedes creen que María pensó, quizás por un momento, las condiciones que rodearían su parto? El apoderado del trono de David nacería solo, sin mayor reconocimiento, perseguido y en un establo.
Lo que el pueblo judío esperó por siglos, tomó otro rumbo, un rumbo que Dios escogió para salvación de todos. Pero Jesús nació solo… solamente su mamá, su papá y un par de animales de granja le dieron la bienvenida. “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lc. 2:7). Ni siquiera tenían un lugar cómodo donde pudieran atender al niño.
Bueno, esto pasó hace ya 2024 años, y muchas aguas pasaron bajo el puente, muchos testimonios vivos tenemos de la obra de Jesús y de la confirmación del plan de Dios para la humanidad, pero, aun así, cada Navidad Jesús nace solo. El mundo y aun el pueblo cristiano le cierra la puerta porque no hay lugar para Él en el “mesón” de nuestra vida.
Mucho se dice de Él pero poco impacto tiene en nuestro entorno su nacimiento. ¿Por qué? Porque a pesar de que tenemos la profecía, el testimonio del Hijo, el discernimiento que nos da el Espíritu Santo, aun con todo esto Jesús todavía no ha nacido en el corazón de muchos de nosotros.
Ya es tiempo que nuestro corazón sea ese pesebre que recibió y acogió a nuestro Señor para que la Navidad recupere el verdadero significado e impacte el corazón de otros.
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se
llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Is.
9:6).