Hay amistades que parecen incomprensibles para el resto del mundo. A simple vista, puede parecer que no tienen mucho en común: diferentes personalidades, gustos opuestos, incluso maneras distintas de ver la vida. Pero estas amistades verdaderas, aunque aparentemente locas, están cimentadas en algo mucho más profundo: el propósito de edificar, ser sinceros y caminar juntos hacia Dios.
Proverbios 27:17 dice: “El hierro se afila con hierro, y el hombre en el trato con el hombre”. Estos amigos no te dirán solo lo que quieres escuchar; te dirán lo que necesitas saber, incluso si es incómodo. Te corregirán, pero con amor, porque su meta no es aplastarte, sino ayudarte a crecer.
“¡Dame a esos Locos por Cristo!”
Esos amigos no solo están para los momentos alegres; también están ahí cuando las cosas se ponen difíciles. Y no importa si pasan días o semanas sin verse, porque saben que siempre pueden contar el uno con el otro. Es la clase de amistad que, aunque no siempre está presente físicamente, nunca se desvanece en el corazón.
Eclesiastés 4:9-10 nos enseña: “Más valen dos que uno, porque obtienen más fruto de su esfuerzo. Si caen, el uno levanta al otro. ¡Ay del que cae y no tiene quien lo levante!” Así son estas amistades: no te dejan caído, siempre te levantan y te llevan más cerca del propósito que Dios tiene para tu vida.
Lo que hace especiales a estos amigos es que son únicos, pero tienen un propósito en común: honrar a Dios. Cada uno aporta algo diferente, y juntos forman un equipo invencible. En medio de sus “locuras” siempre está la paz de Cristo, el respeto y el amor mutuo.
Proverbios 17:17 también nos dice: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempos de angustia”. Esta es la esencia de una amistad verdadera: no importa cuán diferentes o “locos” sean, están allí en cada temporada, sea buena o mala.