¿Qué estamos haciendo con nuestras vidas? A veces somos de plástico y las apariencias engañan. Hoy en día estamos expuestos a vivir influenciados por las apariencias, más que antes. Hoy tenemos mucha más utilería, más maquillaje, hay píldoras que cambian el estado de ánimo, la computadora hace juegos virtuales, las conferencias en línea nos dan una realidad diferente. Hoy usted puede estar con un aparato jugando en otro lugar, virtualmente está en una apariencia porque no está allí. La realidad virtual no es nada más que la inexistencia de la realidad. Es igual si uno vive aparentando, porque está ausente de la realidad.
Todo esto puede ser y de hecho nos parece cierto, porque le damos más vigencia a lo que vemos que a lo que somos. La reputación es lo que la gente piensa de usted, pero el carácter es lo que realmente es.
Muchas veces cuidamos más la reputación que el carácter y eso significa vivir en apariencia, porque la reputación tendría que estar absolutamente ligada con el carácter, tendría que ser resultado de este, pero muchas veces, cuando nos falta, fingimos situaciones, aparentamos y creamos una buena reputación hasta que, en algún momento, el globo se desinfla. Cada vez que alguien intenta aparentar algo, lo hace porque hay una presión interna muy grande. Pero Dios nos salvó y nos envió precisamente para que no tengamos que lidiar con el peso de estar mintiendo en nuestras vidas, poder mirarle a los ojos y hablarle directamente.
El Señor te puso por nombre: “Olivo frondoso, lleno de hermosos frutos”. Pero en medio de grandes estruendos, te ha prendido fuego, y tus ramas se consumen. (Jeremías 11:16).
Dios no nos está pidiendo que demos nuestros bienes, nos está pidiendo que abramos nuestro corazón y que seamos sinceros con Él. Obviamente con Dios no necesitamos aparentar, porque según dice la Biblia, Él pesa los corazones, nos conoce absolutamente, sabe qué es lo que está pasando por la cabeza de cada uno.
Precisamente en la iglesia se ve el contraste entre el cristiano modelo y el verdadero cristiano: El “cristiano modelo” no se da a conocer en el día a día. Aparenta. Acepta sólo parte del evangelio, pero no ciertas instrucciones que Dios objeta con su Palabra. Normalmente acepta todas las bendiciones, pero ninguno de los compromisos. Su convicción es superficial, se deja llevar por modas y se fija en el exterior: un buen templo, una buena vestimenta, el ambiente, el aire acondicionado, cómo me trataron los ujieres, si me sonrieron o no me sonrieron. El “cristiano modelo” es muy vehemente criticando y se retira al mínimo contratiempo, siempre tiene excusas, en el fondo vive amargado, se siente perseguido, y termina siendo derrotado por su propia falta de fe.
En cambio, un verdadero cristiano es quien vive las enseñanzas y muestra lo que es realmente una vida en Cristo. No es perfecto, pero trata de agradar a Jesucristo más que a los hermanos y lo hace por agradar a Jesucristo, diezma con alegría, se da a sí mismo sin reservas, no aparenta un modelo religioso, no se pone rígido buscando una estructura, sino que tiene una relación vivencial como la que enseñamos, integral. Se da a conocer en el día a día, acepta todo el evangelio, es firme en su convicción y no se deja llevar por diferentes modas porque se fija en lo interior: un buen mensaje, un compromiso y una buena comunión con los hermanos.
Al mostrar que tenemos vida en Cristo, tenemos que tener fruto en Él para dar a los hambrientos, a los que van a venir a la higuera a cortar los frutos. Tenemos que preguntarnos: ¿Qué somos? ¿Somos de plástico, o somos olivos llenos de hermosos frutos?
“Señor, ayúdame a ser ese olivo lleno de hermosos frutos que declaraste en mí. Quiero ser verdadero, genuino, un fiel reflejo de tu persona en la mía”.