No había reparado en las 99 ovejas de la parábola hasta que escuché del sacerdote italiano Alessandro Pronzato. En uno de sus libros, reflexionaba sobre un escrito que vio en el diario que planteaba por qué el pastor no se había detenido -aunque sea- a sonreírle a esas 99 que se habían quedado en el corral. A lo que este sacerdote retrucaba con otra pregunta: ¿Y por qué ninguna de esas ovejas acompañó al pastor a buscar a la perdida? E incluso fue más allá, cuestionando: ¿y si alguna de esas 99 era la causa por la que la oveja perdida se había alejado?
Y entonces pensé en cuántas veces yo fui una de esas 99. Estaba en el corral, sí. Supuestamente, no causaba problemas. No me había alejado como esa otra oveja perdida, desobediente, ¡pecadora y desagradecida! Y encima, muchas veces, reclamé esa sonrisa o más atención personal. ¿Pero estar en el corral es estar verdaderamente cerca del pastor?
De hecho la parábola que contó Jesús fue en respuesta a los fariseos, que como se creían mejores también solemos juzgarlos por creídos e hipócritas, pero que en la diaria muchas veces terminamos teniendo actitudes “fariseas”.
Entonces me propuse cambiar el foco. Si en vez de juzgarla pensamos en la causa que alejó esa oveja, ¿será que no fue bien recibida? ¿O algunas ovejas hablaron con otras para ponerlas en su contra? ¿O simplemente nadie le prestó atención?
Y si somos de las 99 ovejas dentro del corral, ¿por qué no nos acercarnos más al pastor y, bajo su resguardo, salimos de nuestra zona de confort y lo acompañamos a buscar a la perdida?
“Señor, que en mi día a día pueda reconocerte como mi pastor y, de tu mano, salir a buscar a quien necesite volver al corral”.