La tercera o la cuarta edad -como se le dice ahora- suele encontrar a nuestros mayores apartados de las grandes decisiones. No se los toma demasiado en cuenta, al menos de este lado del mundo. Pero en la Biblia encontramos que la vejez puede ser un momento para “grandes” encuentros con Dios.
Veamos algunos ejemplos. Uno es el de Moisés, quien a los 80 años de edad tuvo un encuentro trascendental con Dios en el Monte Sinaí, donde recibió la misión de liberar al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto. Este evento se describe en Éxodo 3:1-4, cuando Moisés vio una zarza ardiente que no se consumía. Dios le habló desde la zarza y lo envió a hablar con el faraón para liberar a los israelitas. Este encuentro marcó el inicio de una serie de milagros y eventos que culminaron en la liberación del pueblo de Israel y su camino hacia la Tierra Prometida.
“Entonces Moisés dijo: ‘Iré yo ahora y veré esta gran visión, por qué causa la zarza no se quema’. Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza y dijo: ‘¡Moisés, Moisés!’ Y él respondió: ‘Heme aquí'”. (Éxodo 3:3-4).
Otro ejemplo es nada más ni nada menos que el de Abraham. Originalmente llamado Abram, tenía 99 años cuando Dios se le apareció y le hizo un pacto importante. Dios prometió a Abraham que sería el padre de una gran nación y que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas del cielo. Este pacto se describe en Génesis 17:1-5: “Era Abram de noventa y nueve años cuando le apareció Jehová y le dijo: ‘Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera’. Entonces Abram se postró sobre su rostro, y Dios habló con él, diciendo: ‘He aquí mi pacto contigo, serás padre de muchedumbre de gentes. Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham; porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes'”. (Génesis 17:1-5).
Este encuentro marcó el inicio de una nueva era para Abraham y su descendencia, y tuvo un impacto significativo en la historia del pueblo de Israel.
¿Hay más? Sí. En este caso en el Nuevo Testamento. Simeón era un hombre justo y piadoso que vivía en Jerusalén y esperaba la consolación de Israel. El Espíritu Santo le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías. Este encuentro se describe en Lucas 2:25-32: “Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: ‘Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel'” (Lucas 2:25-32).
Simeón, en su vejez, tuvo el privilegio de ver y reconocer al Mesías, a Jesucristo, lo cual fue un cumplimiento de la promesa divina y una confirmación de su fe.
¿Ya estás llegando o estás en la tercera edad? Dios todavía quiere tratar de manera especial con tu vida y sorprenderte, como sólo Él puede hacerlo.
“Señor, que sepamos valorar, respetar y honrar a quienes ya peinan canas. Son ellos quienes con sabiduría nos dan buenos consejos y es a ellos quienes tú has honrado a lo largo de las Escrituras, dándoles misiones importantes que cumplir o concediéndoles los deseos más profundos de sus corazones. Que podamos seguir sus ejemplos de fe y perseverancia en tus promesas”.