Hace casi dos años que vivimos en Lomas de Zamora, en el sur de la provincia de Buenos Aires (Argentina). Vinimos en familia a estudiar como residentes en el Instituto Bíblico Rio de la Plata. Un desafío ministerial en la familia, con todo lo que eso significa. Dejar tu tierra, tu trabajo, tu comodidad, para para ser consecuente con el llamado.
Nuestra vida aquí es muy diferente a lo que estábamos acostumbrados. Vivir en una comunidad de alrededor de doscientas personas, estudiar, convivir. Adaptarnos a la vida en Buenos Aires. El ritmo, los mitos sobre la capital, etc., etc. Un tema importante para considerar fue el medio de transporte. Venimos de una ciudad chica, donde más de 10 de líneas de colectivos no hay. Cuando llegamos aquí, y comenzamos a consultar cómo movernos con los micros, trenes y subtes fue todo un tema. No sólo teníamos muchas líneas de colectivos, sino que no sabíamos cuál tomar, qué tipo de combinación hacer, dónde bajarnos para poder llegar a tal lugar… ¡fue una aventura! La sensación, mientras tomábamos las indicaciones de algún amigo, era de miedo. Miedo de perdernos.
Cuando subíamos a un tren y no estábamos seguros si era el indicado, las primeros metros de viaje lo hacíamos con temor, con preocupación, con dolor en el estómago. Hasta que la pregunta a algún pasajero o las imágenes del lugar nos daban la confirmación de que íbamos bien. En la segunda estación, al ver que íbamos en el camino indicado, era un placer al corazón y una sensación de alivio a la familia. Los siguientes kilómetros eran muchos más placenteros; ya podíamos disfrutar del paisaje, el aire que entraba por la pequeña ventanilla, las personas que decoraban la ciudad. El viaje tenía otro color. Cuando sabemos dónde vamos, la calma viene a nosotros. Y sólo dejamos que el recorrido nos lleve.
En la segunda estación, tenemos certezas, tenemos confianza. El miedo de los primeros kilómetros se ha ido, la confusión de los primeros tramos ya no están.
El apóstol Pablo, en sus inicios, luego de ser interceptado por el señor, quien le cambia su oficio de vida para siempre, comienza a vivir días de formación, de espera, de aprendizaje y de disposición. Bernabé, uno de los referentes del mover del Espíritu, lo busca para ir a uno de los lugares donde sería su siguiente estación, Antioquia. Allí se quedaron todo un año, empeñando, recibiendo de Dios. Y colaborando con el Reino. Antes de ver y leer a un Pablo misionero, lleno del Espíritu, osado, valiente, precursor y podríamos seguir agregando adjetivos de elogio a su gran trabajo que ha hecho para la iglesia de Jesucristo. Él tuvo una parada antes. Una segunda estación donde comenzó a tener claridad como seria los siguientes días de su vida.
Quizás estemos preguntando en los andenes de nuestra cotidianidad: ¿vamos bien? Tal vez una brisa de tranquilidad entra por la ventanilla, entiendo que sí. Si estamos en la segunda estación, llegando o partiendo de ella, sabemos y comenzamos comprender que Dios diseñó nuestro viaje y que sus destinos son de propósito. Disfrutemos y aprendamos lo que nos toca en esta estación.
“Querido Dios, te confieso: el miedo y la inseguridad suelen acompañarme. Porque me gusta tener todo bajo control, pero dejo todo en tus manos, dándote la prioridad en mi vida y creyendo que me estás queriendo enseñar a depender más de ti que de mí. Gracias por darme la vida que me has dado”.