El hijo querido de unos amigos se fue a vivir lejos. Toda la familia lo extraña mucho. Hace poco un conocido visitó el lugar y a él le pareció bueno enviar regalos y un mensaje especial para cada uno de los suyos que están acá, en la Argentina. Todo llego a través de este enviado, los regalos, los mensajes, los abrazos, el cariño… para los de aquí era como si él mismo hubiera venido. El mensajero se presentó: “Vengo de parte de Agustín”. Todos en la casa se detuvieron para escuchar, recibir, y sentir el amor que llegaba desde la lejanía a través del enviado.
Jesús también fue un Enviado. Él les dijo a los suyos: “Yo no les he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió me encargó qué decir y cómo decirlo”. Parafraseándolo: “Esto que les hablo es un mensaje de parte del Padre, para ustedes” (Juan 12: 49).
También en 8: 16 asegura: “El Padre, quien me envió, está conmigo” y luego leemos, “he venido a ustedes de parte de Dios. No estoy aquí por mi propia cuenta, sino que Él me envió. ¿Por qué no pueden entender el mensaje?” (42,43). ¿Pero cuál era el mensaje? Pocos lo entendieron.
Jesús vino a decirnos que Dios quería que lo llamemos Padre, Padre nuestro, el de cada uno de nosotros (Mateo 6:9), y no el Dios de fuego consumidor, y que además es ese Padre que está esperando y escudriñando el horizonte para verte volver a casa cuando te vas y malgastas egoístamente todo lo que recibiste (Lucas 15:20). Y es también el Padre que cada día hace salir el sol sobre ti y sobre todos (Mateo 5: 45) para darnos una nueva oportunidad de arrepentirnos de nuestro mal y entrar a la vida eterna. Y es el Padre que tanto nos ama, que mandó a su enviado, el Mesías (Juan 3:16), para buscarnos y decírnoslo, aunque tuviera que entregarlo para morir por amor al mundo, y así llevarnos para arriba con Él a la eternidad. Y es el que nos busca con el afán con el que la mujer buscó su moneda perdida o el empeño con el que el pastor de las cien ovejas buscó a la ovejita desaparecida en la noche (Lucas 15). Es el Padre que quiere darnos el pan de cada día, porque Él sabe que lo necesitamos, y que nos pide que no nos preocupemos, ¿escuchaste? Sí, que confiemos porque él cuida aun de las aves y conoce de nuestras necesidades (Mateo 6:8), a tal punto que hasta la cantidad de nuestros cabellos y nuestro ADN están registrados en su infinito conocimiento.
Y es también el que nos dice que perdonemos, porque es el único camino de paz y porque también Él desea perdonar nuestras deudas y darnos descanso.
Jesús vino de parte de Dios el Padre para decirnos que nos ama profundamente, que quiere entrar y tener comunión con nosotros en lo íntimo del espíritu como si fuéramos un templo sagrado y así transformarnos en su morada (Juan 4:23). El Padre nos envió un regalo, su mismo Espíritu Santo para que nunca nos sintiéramos huérfanos mientras caminamos lejos del hogar (Juan 14: 16), y en el final, nos avisa, tenemos lugares preparados para cada uno y una fiesta de celebración en el Reino de los Cielos. (Juan 14:2 y Mateo 26: 29).
¿Por qué nos cuesta entender el mensaje?
“Padre, quiero entregarme a este amor tan grande que no puedo comprender, y descansar confiado en tus brazos. Aquí estoy; vuelvo a casa después de andar perdido, sin entender que tanto me amabas”.