Podemos mencionar a la ansiedad con varios sinónimos: preocupación constante, inquietud, intranquilidad, incomodidad, agitación, zozobra, congoja, angustia, tribulación, dolor, ansia.
El cuerpo comienza a descargar adrenalina frente a un peligro real o imaginario inminente. Comienza la taquicardia, el sentimiento de ahogo, la dificultad para realizar actividades cotidianas, la distracción, el insomnio, los pensamientos negativos y los suicidas, los problemas para relacionarse con otro, etc.
Se podría pensar que el cristiano no sufre de ansiedad, sin embargo, también es un ser humano. Muchas veces se lo insta a “creer y no ser incrédulo”. Esto trae más malestar cuando se atraviesan situaciones de enfermedad física o mental que no se pueden superar. A la ansiedad que todo el resto de la humanidad sufre, él le suma la culpa de sentirse así y muchas veces se esfuerza por mostrarse distinto, para evitar que lo juzguen. Esto suma más ansiedad y complicaciones.
La ansiedad es un sentimiento que causa problemas emocionales y a veces, también síntomas físicos. ¿Puede llevar a problemas espirituales? Si. ¿Es pecado sentir ansiedad? No. De hecho, el apóstol en 1 Pedro 5:7 le habla a la iglesia cuando dice: “Echen su ansiedad en él”.
Hace poco visité el norte de Argentina, visité la ciudad de Iruya. El camino era sinuoso, de ripio, con precipicios y lleno de curvas y contracurvas. El micro que nos llevaba era uno del tipo escolar que no dejaba de temblar, tanto que perdió una ventana. Los pensamientos “¿Qué tal si…?”, no dejaban de aparecer durante todo el recorrido. No era fácil no estar ansioso y tenso en el recorrido de ida.
Al llegar al pueblo de destino, conversé con uno de los pasajeros que estaba sentado cerca del chofer y me dijo que me quedara tranquila porque el conductor manejaba muy bien. Se notaba que tenía experiencia y controlaba a la perfección el vehículo y el camino. Ese comentario me ayudó a pensar y a repetir: “Tiene el control”, “sabe lo que está haciendo”, respirar y poder dormir en el viaje de vuelta al hotel donde nos alojábamos.
¿Qué tal si podemos pensar lo mismo cuando estamos ansiosos? ¿Qué tal si podemos confiarle el control de nuestro viaje por esta tierra al mejor conductor? ¿No nos pondrá contentos saber que llegaremos bien a destino? ¿No nos quitará la ansiedad?
“Señor, tú sabes que hay situaciones que me traen mucha ansiedad. Siento que voy a caer por la cornisa. Mi corazón comienza a latir rápidamente, me falta el aire y mi cuerpo no me responde. Encima, me culpo por sentirme así siendo creyente. Yo te creo, pero no puedo evitar sentirme de esa manera. Toma el control. Dame, en esos momentos, la seguridad de saber que tú eres el que conduce mi vida. Trae paz a mis pensamientos fatalistas, que tu amor calme mis latidos alborotados. Yo te amo y sé que llegaré a destino porque tú eres el mejor conductor”.