Jesús se alejó un poco de ellos, se arrodilló hasta tocar el suelo con la frente, y oró a Dios: “Padre, ¡cómo deseo que me libres de este sufrimiento! Pero no será lo que yo quiera, sino lo que quieras tú”.
Jesús regresó a donde estaban los tres discípulos, y los encontró durmiendo. Entonces le dijo a Pedro: “¿No han podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora?”
El relato es bien conocido, Jesús estaba por entrar al momento más doloroso de su vida, su naturaleza divina en este caso solo funcionaba para anticipar el dolor, pero no para mitigarlo. Era el hombre, quien debería soportar el flagelo, el castigo, las heridas y la muerte. Pero también la traición, el rechazo y, en este caso, la indiferencia.
Ese hombre que jamás le había fallado a nadie, que había hecho bien a muchos, que había sanado enfermos, perdonado pecadores, resucitado muertos, alimentado multitudes, escuchado a sus amigos y pagado sus impuestos estaba a punto de ser juzgado y condenado. Él sabía que era su propósito, pero aun así el dolor era tan grande que quería compañía.
Se fue con algunos de sus discípulos, en realidad más que eso, amigos, y les pidió que “lo apoyen en oración”. Algo tan simple, básico, elemental…
¿Cuántas veces alguien nos dice “ora por mi”? ¿Y qué respondemos? “Sí, claro, cuenta con eso”. Sin embargo, antes de obtener una respuesta nos “dormimos”. Y cuántas veces somos nosotros los que necesitamos ese apoyo, esa compañía, esa oración, y aunque muchos nos digan “cuenta conmigo”, la verdad es que nos sentimos solos.
Sabemos que el sufrimiento es parte del propósito, entendemos que es el camino que estamos obligados a recorrer para llegar a la meta que el Padre ha establecido para nosotros, pero, aun así, nos gustaría que el dolor disminuya y sentir que podemos compartir la carga.
Tal vez hoy te sientas como Jesús en ese monte, enfrentando el momento más difícil de tu historia y, aun así, absolutamente incomprendido. Rodeado de amigos, pero sin que ninguno de ellos pueda captar la magnitud de lo que estás enfrentando.
La buena noticia es que Jesús sí puede estar contigo, simplemente porque Él ya estuvo allí. Él sufrió tu dolor, Él sintió tu soledad y Él también conoce tu propósito. Habla con Él en este momento.
“Señor Jesús, Tú conoces mi dolor, Tú sabes bien lo que enfrento cada día, y también aquello que voy a enfrentar. Tú sabes que muchas veces no solo me siento débil, sino también solo, y aunque muchos de mis amigos me intentan acompañar, la verdad es que se quedan dormidos a mitad de la noche. Esta es mi prueba, esta es mi batalla, pero no estoy solo. Tú estás conmigo, me acompañas en todo momento y también me ayudarás a llegar a la meta. Gracias por darme fuerzas en la debilidad, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte en Ti”.