Estuve leyendo sobre emociones y aprendí que enojarse no es malo. Por eso la recomendación bíblica es “que no se ponga el sol sobre vuestro enojo”. Es decir, que no dejemos que el enojo nos dure hasta la noche. Habrá que resolverlo antes. Al leer 1 Cor.13, comprendo, directamente, que tener amor es no enojarse.
El enojo puede ser considerado una emoción o un sentimiento. Como emoción es una expresión espontánea y abrupta (sin pensarse). Como sentimiento, tiene un significado que fue pensado y meditado, y responde a una estrategia (ya no espontánea). En ambos casos se manifiesta ante situaciones que percibimos como injustas u opresivas. O ante la sensación de frustración de deseos, ilusiones o necesidades que no se pueden cumplir. En ese negociar que tienen las relaciones, podemos elegir no enojarnos. La cuestión es que, si nos enojamos, éste enojo no debe permanecer por mucho tiempo. Si el tiempo pasa y el enojo se anida se transforma en una emoción inadecuada. Si se la deja libre y no la encaminamos termina convirtiéndose en una raíz de amargura que comenzará a crecer y a devorar los nutrientes de una relación sana para transformarla en una relación enferma. Pensando de esta manera me queda más claro el consejo de Pablo: que llanamente no nos enojemos. ¡Es más sano evitar el enojo!
Si nos empeñamos sólo en juzgar sin escuchar empáticamente no es posible resolver la situación o conducta que nos produce enojo. Mucho menos acompañar productivamente el enojo de otra persona desde la comprensión de su vivencia. Esto no significa que tengo que aprobar cualquier cosa que haga esa persona que me implica. Sino que, por lo menos, debo intentar ponerme en su lugar aceptando su experiencia interna. Aunque luego mi reacción sea reprobar lo que hizo o manifiesta. Y al hacerlo necesito tener equilibrio en mi “emoción correctora”.
Cuando nos enojamos se producen algunos cambios en nuestro cuerpo. La vista se nos nubla o se pone roja, el ritmo cardíaco se acelera, cerramos nuestros oídos. Todo para empezar a argumentar sin escuchar, y atacar primero para no ser heridos. El ejercicio es: 1) no enojarse. 2) escuchar para comprender. 3) ser compasivo porque aprendí a amar como ama Jesús.
“Señor, hazme una persona empática frente a lo que me enoja para que surja tu amor en mí, y no mi enojo hacia mi prójimo, a quien debo amar como te amo a ti”.