Sebastián es un niño de seis años de edad, que por primera vez está realizando un viaje por tren. Con su naricita apoyada contra el vidrio de la ventana ve cómo los diferentes paisajes cambian ante su mirada atenta y atónita. De pronto se da media vuelta y con una expresión de temor le pregunta a su mamá: ¿Cómo vamos a cruzar aquel río tan grande? – sin duda su inquietud era una gran preocupación. En ese mismo momento el tren entra en un puente fuerte y ruidoso, y fue la respuesta que el niño necesitó conocer. En el recorrido varios puentes más fueron cruzados y Sebastián reflexionó: “qué bueno que alguien haya construido varios puentes así el tren nunca se cae y puede seguir su viaje”.
Los mandamientos de Dios podrían ser tomados como vallas en el camino de la vida. Están allí para ayudarnos a no desviarnos del camino. Cualquier desviación es pecado, por ello el salmista pide a su Señor: “Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi voluntad”. ¿De qué manera Dios nos guía? El profeta Miqueas respondería: “¡Ya se te ha declarado lo que es bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios.” (Miqueas 6:8).
Si escuchamos su voz y seguimos sus instrucciones mediante los mandamientos que Dios nos ha dejado, difícilmente nos desviaremos del camino. Seguir los mandamientos de Dios es la única salida a los problemas de todos los días. Salida a que el dinero no me alcanza. Al que los hijos están en rebeldía. Al que el matrimonio se convirtió en un barco sin rumbo seguro. A todo lo que te preocupa, el Señor te puede guiar a buen puerto por el camino correcto, el camino de la obediencia.
“Señor, dame paciencia y ayúdame a aferrarme a tus mandamientos en éste día. Que los problemas no le ganen al camino correcto. Dame sabiduría para serte fiel y obedecerte en todo”.