Hace casi 11 años que emigré de Argentina a España y puedo afirmar que cada una de las palabras de este Salmo, ha sido, es y será una verdad muy grande en mi vida.
Migrar tiene sus pro y contras. Entre los pro encuentro la ilusión de lo nuevo, distinto, enriquecedor, el sueño de encontrar un lugar en el mundo, salir de la comodidad y volar hacia lo desconocido. No voy a negar que dar este paso tiene sabores agridulces, pues hay mucho que dejar atrás y soltar. Entre estas cosas, estos contras con un sabor amargo están el dejar a la familia, el núcleo que te vio crecer, quienes te ayudaron a madurar, quienes te conocen más que nadie. Dejar a los amigos, tus compañeros de emociones y luchas varias. Dejar la comodidad de tu hogar, tus cosas. Hasta lo más cotidiano como la parada del ómnibus que habitualmente tomaba, ver el Rio de La Plata desde mi balcón, el olor a medialunas que salía de las panaderías o un simple: “¡Hey! ¿Me dices la hora?”
Mucho ha pasado en estos 11 años de peregrinaje. Un viaje hacia adentro, a reencontrarme conmigo y con mi Creador, mi Dios. Lo haría una y mil veces más, saltaría a lo desconocido sin temor y con gran ilusión. Lo volvería a hacer porque este viaje, este salto, este vuelo no ha sido a solas. Mi Dios siempre ha estado conmigo, ha sido mi socorro, me he podido refugiar en sus alas como dice el salmista. Aún cuando no podía hablar por el dolor y la angustia, mi alma clamaba en silencio y mi Señor no sólo me escuchaba sino me abrazaba y me sostenía.
Pueden sonarte muy poéticas y lejanas estas palabras. Puedes pensar que nunca te ha pasado y que no ves está protección sobre tu vida. Te animo a que dejes tu orgullo, tu autosuficiencia, tu control sobre las cosas de lado e invites al Espíritu de Dios a inundar tu vida. Te aseguro que no te arrepentirás. Cuando dejas a Dios actuar, crear, sanar, restaurar, lo hace, no te defrauda, continúa con la obra de arte que empezó desde antes que existiera el mundo. El Amor de Dios es el único amor verdadero, inmutable, incondicional y eterno. Ese Amor es quien me ha sostenido y lo sigue haciendo, aún en los momentos más oscuros, en donde no había salida. Ahí, en lo más bajo, su mano me sacó del pozo y me dio una nueva oportunidad para vivir, gozándome cada día en sus regalos: el abrir los ojos y respirar, el abrazo de mi marido, nuestro hogar, el trabajo, la comida que nunca falta y el poder sonreír y hacer bien a quienes nos rodean. La vida no es fácil ni de cuentos de hadas. La vida con Dios siempre es mejor y siempre tiene final feliz. Tú decides.
“Señor, hazme depender de ti y saber que donde hay una necesidad, allí estás Tú, para socorrerme”.