Hace unos años estábamos esperando con muchas ansias la llegada de nuestro primer hijo. Un día, realizando los primeros controles del embarazo, el doctor nos sorprendió con algo inesperado. Había detectado una anomalía en el crecimiento. Recuerdo al día de hoy una frase que marcó un antes y un después en mi vida: “hay un 80% de probabilidades de que tu bebé nazca con alguna alteración cromosómica, puede ser que tenga hidrocefalia, algún tipo de síndrome o que nazca y muera”. No recuerdo con exactitud todo lo que dijo el doctor. Sólo recuerdo que una enorme tristeza se apoderó de mi corazón.
Y ahí, comenzó mi desierto. Pasamos noches enteras orando, preguntando por qué, clamando por ese 20% que restaba, para que todo esté bien, pero nada de eso me traía paz. Una noche, hubo una sincera y cruda oración que lo cambió todo: “Señor, una sola cosa no podría soportar: que mi bebé nazca y muera. Si esto va a ser así, o haz el milagro para que no suceda o detiene todo acá. Te lo entrego como Abraham a Isaac porque es tuyo, no es mío”.
Al día siguiente fuimos a hacerme una punción. Para ese entonces el embarazo era de cuatro meses. Llegamos, la ecógrafa me coloca el gel y el lector en mi vientre, y ahí nos da la más triste noticia: “el embarazo se detuvo, no late su corazón”.
En ese momento me quedé dura, recuerdo que con mi marido nos miramos, lloramos pero automáticamente una paz inexplicable nos abrazó. Estábamos tristes, sin embargo, nos tomamos de la mano y con lágrimas en nuestros ojos le dimos gracias a Dios. Esa paz que sobrepasa todo entendimiento humano, nos hizo sentir que la voluntad de Dios había operado en nosotros: “Dios respondió y todo se detuvo”.
A veces la voluntad de Dios no es lo que esperamos, ni lo que quisiéramos que pase. Pero es interesante ver el obrar de Dios en nuestras vidas cuando nos agarramos muy firmemente a su palabra y le creemos. Filipenses 4: 6, 7 nos enseña a dejar todo bajo Su voluntad y a ser agradecidos en todo tiempo. Nos enseña que si así lo hacemos Él va a cuidar nuestro corazón y pensamientos, para que la tristeza se vaya, para que nuestros pensamientos no nos hagan creer que nuestra condición de tristeza, va a ser eterna. Él nunca nos suelta, aún en el valle más oscuro, guarda nuestro corazón y su paz inexplicable nos abraza.
“Señor, enséñame a confiar, aun cuando mi voluntad sea muy diferente a la tuya. Pongo mi vida en tus manos, cuida mi corazón y trae paz a mis pensamientos. En el nombre de Jesús”.