De pre adolescente conocí a Dios y comencé a congregarme en una iglesia a 20 kilómetros de mi casa. Como era lejos para regresar, los días sábados por la noche era recibida por la hospitalidad de una pariente política de mi hermana y hermana en Cristo.
Me esperaba con algo caliente para cenar y teníamos largas charlas. Todos los domingos por la mañana la oía pedirle a Dios por cada uno de sus familiares, hijos, nietos, hermanos y luego comenzaba a cantar.
Tenía un talento especial para escribir bellos poemas y ponerles melodía para Dios. Además, por supuesto de una hermosa y afinada voz. Contaba con una carpeta repleta de ellos. Cada canción de moda, tenía su correlato cristiano, desde “Libre”, de Nino Bravo, hasta el “Arroz con leche”, con los que se presentaba con alegría y regocijo ante Dios.
No era la única en hacer esto, muchos de los himnos más conocidos y que cantamos con toda solemnidad, fueron en sus orígenes música popular a los que se le cambió la letra. Los hermanos Wesley son un ejemplo; escribieron muchas canciones para Dios tomando las melodías que la gente escuchaba.
¿Cuál es la melodía de Dios? ¿Dios tiene un tipo de ritmo especial para que le cantemos? ¿Qué tal si lo hago en tiempo de carnavalito o de cumbia? ¿Es menos santo? El salmista da tres verbos en imperativo: canten, sirvan y vengan. ¿A quiénes? A todos los habitantes de la Tierra. Parece que las órdenes sólo tienen un requisito: hacerlo con alegría. No se habla del ritmo, de la melodía o del tempo; sino de la actitud del corazón.
Todo mi recuerdo afectuoso para Elia Vidal, quien debe seguir cantándole a su Señor desde el cielo.
“Señor, que pueda en este día alabarte con todo mi ser. Necesito de tu melodía en mi vida. Te agradezco por tu compañía que pone música a mi ser”.