Ya pasamos los primeros meses del 2023… ¡Parece una fecha futurista! Seamos cristianos o no, planeamos nuestros días y nos comprometemos a realizar aquellos pendientes que siempre posponemos (en el fondo sabiendo que esta vez también los postergaremos). Esto nos lleva a sueños no cumplidos que acumulamos y nos llenan de tensión.
Vemos que la celebración del año que se fue era una ilusión que ocultaba un año nuevo el cual trae consigo ansiedades, desafíos, sus propios problemas, el encuentro con quien realmente somos… hasta que llega el momento que todas esas ideas se atascan como en un embudo queriendo salir, produciendo un desborde mental llamado ataque de pánico.
Uno de sus síntomas es el miedo a perder el control y la percepción de distorsión, de la realidad. Los cristianos solemos decir que dejamos todos a los pies de Cristo (2 Co. 10:5), sin embargo, nuestra manera de percibir la realidad y de vivirla, da fe que no siempre es así. Pablo le dice a los Filipenses que no se inquieten por nada ¡Quién pudiera! ¡Qué fácil es decir que no hay que estar mal por lo que va a venir! Pero, ¿quién nos asegura que tal o cual cosa, va a suceder, realmente? Muchos conflictos no son reales, sino que son fabricados por nuestra mente. Una vez alguien dijo que el pasado es un cheque pagado, el futuro es un pagaré y que el presente es el único activo que realmente tenemos.
El secreto que los Filipenses no saben es que Pablo al decirles que “presenten”, “oren”, “rueguen”, los está estimulando a hablar; a exteriorizar sus miedos más profundos. A encontrarse con la única realidad que es el momento que están viviendo. Pablo no se queda solo con lo que yo llamo la “oración terapéutica” sino que invita a agradecer. Y esto no solo es un acto de fe, sino que está comprobado que cuando somos agradecidos en nuestro cuerpo ocurre un fenómeno biológico generador de felicidad. Nuestro cerebro libera dopamina y serotonina (dos mensajeros químicos) que nos hacen sentir bien. Concluye el versículo “…y la Paz de Dios cuidará sus pensamientos…” ¿Queremos vivir relajados y sin pánico por el mañana? ¿Queremos bajar nuestros niveles de ansiedad? Digámosle a Dios qué es lo que nos preocupa; contémosle, pongamos en palabras nuestras preocupaciones y comencemos a disfrutar de la verdadera paz. La paz que solo Él da. No pretendamos que la tormenta pase; disfrutemos el meneo de las olas.
“Señor, oro por mi ansiedad; pero no porque sea grande o mucha sino porque es mía. Y quiero dejártela a ti. Ese es mi mayor miedo, que siga cargándola yo. No sé qué pasará en el futuro, pero sé que mi presente es ahora y estoy contigo. Y eso me da paz”.