“Yo tengo un plan”, decía un político argentino hace varios años. Una pregunta que solemos realizar cuando llegamos a nuestro trabajo o escuchamos una clase con mucha atención es “¿Cuál es el plan para hoy?”
Casi todos los días hablamos acerca de nuestros planes, la mayoría de las veces ni siquiera somos conscientes de ello. Pero, ¿qué es un plan? La Real Academia Española define esta palabra como “una intención, un proyecto; o un modelo sistemático de una actuación pública o privada, que se elabora anticipadamente para dirigirla y encauzarla”. Tal vez, muchos de nuestros interrogantes personales estén relacionados con los más diversos planes: ¿Qué carrera voy a seguir? ¿Qué trabajo u oficio deseo realizar? ¿Con quién me voy a casar? etc. La mayoría de los seres humanos diseñamos un plan tratando de bosquejar nuestro futuro. A menos que exista cierto desequilibrio en nuestra salud emocional, las personas solemos trazar un camino muy particular teniendo en cuenta nuestros intereses, deseos, aspiraciones, etc.
Inspirado por el Espíritu de Dios, el profeta Isaías nos ayuda a comprender la importancia de caminar en los planes de Dios. Según el pasaje de referencia, sus pensamientos no se parecen a los nuestros y sus caminos están muy por encima de nuestros caminos. La Palabra de Dios nos señala que hay algo más importante que nuestro plan de vida individual. Los caminos de Dios están más altos que nuestros caminos y sus pensamientos están más altos que nuestros pensamientos (Isaías 55:9). Dios no puede ser obviado. Sus planes trascienden cualquier trazado humano.
Jeremías 29:10-14 (NTV) afirma lo siguiente: “Luego vendré y cumpliré todas las cosas buenas que les prometí, y los llevaré de regreso a casa. Pues yo sé los planes que tengo para ustedes —dice el Señor—. Son planes para lo bueno y no para lo malo, para darles un futuro y una esperanza. En esos días, cuando oren, los escucharé. Si me buscan de todo corazón, podrán encontrarme. Sí, me encontrarán —dice el Señor—. Pondré fin a su cautiverio y restableceré su bienestar. Los reuniré de las naciones adonde los envié y los llevaré a casa, de regreso a su propia tierra”.
El plan de Dios para nuestras vidas es, ante todo, un plan para lo bueno y no para lo malo. Dios nos creó con un propósito de bendición y no de maldición. El desea darnos un futuro y una esperanza. Promete escuchar y responder nuestras oraciones; nuestra relación con Dios es el punto central de esta experiencia. También promete restablecer nuestro bienestar y poner fin a nuestro cautiverio; esto es, librarnos de toda limitación espiritual, personal y social. Cuando comenzamos a caminar en esta perspectiva, podemos estar seguros de que, si lo buscamos de todo corazón, lo encontraremos y seremos bendecidos con el cumplimiento de sus promesas.
“Señor Jesús, en este día rindo mis planes personales. Recibo la dirección del Espíritu Santo en mi vida buscando que tus planes sean una realidad en mi vida”.