La definición de avivamiento es: “Incremento de la intensidad, la fuerza o la vivacidad de algo”. También se conoce como “un despertar ‘religioso’ en un determinado lugar”. En realidad, ese despertar es simplemente mirar hacia dentro y reconocer cuánto necesitamos del Señor, individualmente, en un matrimonio, como familia, como iglesia. La palabra de Dios claramente nos da la clave de cómo prender la llama en 2 Crónicas 7:14: “Si mi pueblo se humillase…”.
Mi experiencia personal con los avivamientos levantándose en diferentes universidades alrededor de Estados Unidos comenzó el jueves 16 de febrero a la mañana. Mi esposo me comentó lo que estaba pasando en Asbury ya que yo no había escuchado nada. También me comentó que algo similar estaba sucediendo en la universidad perteneciente a la denominación Iglesia de Dios en Cleveland, Tennessee, Lee. Mi papá, como mi esposo y yo, asistimos a esa universidad. Inmediatamente me metí a investigar a través de medios sociales y efectivamente mucha gente estaba compartiendo tanto de Asbury como del Lee.
Es curioso cómo se mueve el Espíritu Santo. Inmediatamente cuando comencé a ver y escuchar las alabanzas de un pueblo postrado, sin agenda, genuinamente buscando la presencia del Señor, el Espíritu Santo en mí comenzó a conmoverse y sentí una comunión el resto del día. Mi esposo, mi hija de 19 años y yo, mientras nuestro hijo menor estaba en la escuela, comenzamos a compartir nuestros horarios para ver la posibilidad de, aunque sea, viajar hasta la universidad Lee a 2 horas de distancia en auto. No lo pensamos mucho y decidimos arriesgarnos a pesar de que todos terminábamos nuestra jornada de actividades bien tarde. Por fe hice una reservación en el hotel más económico que encontré en Cleveland, Tennessee y casi a las 10:00 PM emprendimos viaje. Nuestros hijos haciendo tareas escolares en el auto mientras seguimos escuchando alabanzas que preparen nuestro Espíritu. Era un riesgo. Sin embargo pensábamos en la importancia de que nuestros hijos vean y sientan algo genuino en un tiempo tan confuso y oscuro como en el que están creciendo.
Llegamos a la capilla del Lee a medianoche. Había solo un chico tocando el teclado. No había ni un micrófono encendido. Las voces se escuchaban casi a un mismo volumen. En el altar, había chicos sentados en el piso compartiendo entre ellos, orando, llorando, leyendo la palabra o sentados en bancas descansando en una dulce presencia celestial. Nadie levantó el volumen de su voz, o se largó a correr, o comenzó a sacudirse. Parecía como la misma presencia de Jesucristo diciendo “aquí estoy, chicos”. “Vengan, descansen”. Manejamos 2 horas para disfrutar por alrededor de 50 minutos. Hacía desde el lunes anterior que no paraban y justo cuando llegamos nosotros deciden parar esa noche para descansar y retomar al día siguiente. Yo entendí que el Señor nos esperó. No fue la primera vez que sentí Su presencia de esa forma, pero definitivamente fue mi primera vez en ser parte de un avivamiento de este calibre que hoy se está desparramando por el mundo.
Salí llena, motivada, esperanzada, en paz. Dios es fiel a su palabra. Todo comenzó con un grupito de jóvenes estudiantes de teología que reconocieron que lo único que nos lleva a la presencia de Dios es humillarnos, orar y buscar su rostro. Dios nos dejó este secreto desde el primer templo que fue consagrado para traer sacrificios de adoración. No hay mayor sacrificio que la obediencia. Dios no pide agenda, ni luces, ni cámara de humo, ni una banda a todo volumen, solamente un corazón dispuesto a adorarle en Espíritu y en verdad. Después de tantos años nos lo recuerda a través de una nueva generación de jóvenes preparándose para servirle.
Nosotros, los argentinos hace varias décadas atrás experimentamos cómo el enemigo, a través de un gobierno dictador acribillaba a universitarios argentinos. Hoy, Dios los levanta a liderar un avivamiento que quizás comenzó en otra nación pero todo lo que toma para que se propague es desear Su presencia de corazón. Está en cada uno de nosotros. No importa nuestra condición socio-económica o étnica. Este es un contagio de los buenos. No le pongamos barbijo a este despertar.