Los que somos agradecidos, no podemos olvidar todas las situaciones feas de las cuales Dios nos rescató; de los lugares oscuros de los cuales su mano nos libró; de las heridas profundas que Él sólo podía sanar en nosotros y de todos nuestros pecados que Dios nos perdonó para siempre y que, aunque pase el tiempo, aún sigue haciéndolo, afortunadamente. Y si hacemos cuentas, seguro serán más de 70 veces 7.
Pero, el problema aparece, cuando nos toca a nosotros perdonar a las personas que nos rodean y más si se trata de nuestra propia familia. Ahí es donde todo parece complicarse mucho más, y comienzan a aparecer algunas excusas: “Yo no empecé”; “¿Hasta cuándo voy a tener que perdonar?”; “Hasta que no me llame primero, no le pediré perdón”; “Siempre soy yo el que busco el encuentro”; “Nunca le importó nada de mí”; “Cuando lo sienta, lo o la voy a perdonar”; “No lo siento”, y así, pueden pasar días, meses y a veces, muchos, pero muchos años, y no logramos salir de esa cárcel emocional que pareciera nos mantiene atados, con amargura y sin esperanza.
Es crucial entender algo muy importante: el perdón no es un sentimiento, perdonar es una decisión del corazón. Como cristianos no podemos ni debemos olvidar que tenemos que perdonar, porque Dios nos perdonó primero. No funciona de otra manera. “Sean bondadosos y misericordiosos y perdónense unos a otros, así como también Dios los perdonó a ustedes en Cristo”. (Ef. 4:32).
Y entonces, si decidimos perdonar, va a suceder algo fantástico, único, liberador y sanador, que va a transformar nuestra vida y corazón para siempre. ¿Lo anhelas? ¡Pero, atentos! Tal vez, nos decidimos a perdonar y nos acercamos a la persona que nos ofendió y le pedimos perdón por ese sentimiento de bronca que nos separó de ella, pero pudiera suceder que no recibamos la misma reacción de su parte. Pues, entonces es fundamental saber en ese caso, que si eso que estamos esperando no sucediera, no hace la diferencia. ¿Sabes por qué? Porque el perfecto amor de Dios, es el que entra en acción y ese depósito de Su amor que está en nosotros y que Dios renueva día a día en mi relación diaria con Él, es lo que va a permitir que logremos perdonar más allá de la reacción del otro. Porque se trata de nosotros primero y no de lo que el otro haga en consecuencia. Esta acción que es una respuesta al amor de Dios, es la que nos permite abrir indiscutiblemente la puerta al éxito y escribir un nuevo capítulo en nuestra historia: soy perdonado, ahora puedo perdonar y por ende, soy libre para siempre. No hay nada mejor que nos permita obtener paz verdadera y permanente. Nada.
¿Te animas a perdonar tú también? ¿Qué o quién te lo puede impedir? Pablo lo dijo claramente: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). Y todo es, todo. Seamos libres de la cárcel que nos oprime el alma: La falta de perdón. Dios no nos suelta la mano jamás.
“Señor Jesús, gracias por perdonarme cada día. Ayúdame a perdonar sin medida, dejando ciertamente lo que pasó (sea lo que sea), para poder proyectarme a lo nuevo que tú tienes preparado para mí. Suelto la mochila del rencor. Decido perdonar como tú me perdonaste. Te necesito cada día de mi vida. Te amo, Jesús. Gracias por tu amor sin límites que me abraza y me llena.”