Pablo le escribe a una iglesia muy amada, la cual había sido engendrada por él mismo, pero en la cual era cuestionado y comparado con otros súper apóstoles que lentamente se había inmiscuido entre los hermanos, fascinándolos con súper poderes y doctrinas dudosas pero llamativas. Pablo llega al punto de tener que defender su ministerio y “locamente”, casi haciéndose propaganda, como él mismo lo dice, hablando de sus grandes revelaciones que atestiguaban la aprobación de Dios hacia su persona, trabajo y autoridad en la obra, sus luchas y esfuerzos, para dar a luz y sostener a la iglesia. (2 Co. 11:23). Entonces para que nadie suponga de él más de lo que aparenta o de lo que dice, corre la cortina de su alma y muestra el interior de un hombre que también sufre, y que espera, y que tampoco recibe, un hombre como todos que también tenía un agujero, una rotura, un aguijón clavado o una espina dolorosa.
Tres veces le había pedido al Señor que se la quite, pero había una sola respuesta: “No, te basta con mi gracia”. Todos tenemos un agujero, eso que nunca entendimos, eso que siempre deseamos y simplemente, no fue. Para mi amiga es por qué no puede tener un hijo, y los ojos se le iluminan, la voz le tiembla cuando lo dice, pero sus brazos siguen vacíos, y la gracia de Dios sostiene su fe, más allá de todo. Ella cree que del otro lado del sol, hay una respuesta y una plenitud que de este lado no se ve. Y yo la miro, y veo que su marido la abraza y pienso en el hermoso matrimonio que tiene, y aparece entonces mi propio agujero. Porque es como si mi vida hubiese sido amputada, como si al divorciarme me cortaron una pierna y un brazo para toda la vida y soy lo que soy, no el matrimonio y la familia que iba a abrir sus puertas a todos los necesitados, y darles a mis hijos el ejemplo del propósito eterno de Dios con la familia, sino la mujer sola, que fue aborrecida y que continúa deformada transitando la vida. Pero sostenida por su gracia y las palabras de Jesús me alzan sobre las aguas: “Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad”.
Porque no sería la persona que soy hoy si no tuviera ese agujero, quizás sería más implacable u orgullosa, menos empática y tierna, más fuerte en mi propia opinión, más dura al juzgar a los demás. Tengo todo lo que necesito, y no me voy a quedar sentada, paralizada frente al agujero, sino que ese será un lugar de altar para Dios, un lugar de adoración, porque en eso que me falta yo puedo conocer su gracia profundamente. En mi debilidad puedo conocer el poder de Dios en mi vida.
“Señor, hoy miro de frente mi rotura, ese agujero profundo en el corazón que he tratado de ignorar, y ahí, te adoro, aunque no comprenda, porque en esa debilidad y necesidad, puedo y quiero conocer tu gracia y tu amor pero de verdad, no de oídas, no porque me lo digan, sino cara a cara con vos”.
Ilustración: Agustina Sileo