El amor de Dios produce humildad verdadera. El orgullo busca lo suyo, el amor no. El orgullo desprecia cualquier obediencia que no beneficie su propia agenda, el amor busca la gloria de Aquél a quien sirve.
Hoy nos encontramos con estos textos donde el apóstol Pablo describe la grandeza del amor a través de presentarnos las virtudes que lo definen como tal. Estos versículos de 1 Corintios 13 son una descripción clara de lo que el amor hace y no hace, son una descripción de la verdadera naturaleza del amor.
Ser jactancioso parece ser igual a decir que alguien está envanecido, pero si revisamos la palabra griega que Pablo utilizó encontraremos que proviene de fusión (φυσιόω) que en su sentido literal significa estar inflado, describe a alguien que refleja orgullo y considera a los demás como a inferiores.
¡Estar inflado! No puedo más que graficarme esto como un globo que va tomando mayor tamaño, en medio de un ramillete de globos, desplazando al resto. En el contexto de las relaciones humanas, es sentirse más que otros, creernos más. Esta actitud del corazón ahoga el amor. En Proverbios 21:4 dice “Altivez de ojos y orgullo de corazón… son pecado”. En otras palabras, nos corren de foco. Porque centrar nuestra mirada en nosotros mismos, no nos permite ver a quiénes tenemos al lado.
De eso se trata amar, cuando tenemos la capacidad de dirigir la mirada al otro, buscando su bien. El amor de Dios produce humildad verdadera. El orgullo busca lo suyo, el amor no. El orgullo no considera aquello que no beneficie su propia agenda, el amor busca el bien del otro.
Me da paz saber que recibimos esa clase de amor, lo produce el mismo Espíritu de Dios, desinflándonos de orgullos, vanidades y egoísmos, para llenarnos de Su amor, ése que se brinda para darle un lugar de valor a los demás.
“Jesús, gracias por ser portador de ese amor. Ayúdame a experimentarlo en cada vínculo, con acciones que hagan crecer a mi prójimo, haciendo bien”.