En tiempos antiguos no había formatos de contrato escrito para concretar un acuerdo entre dos personas. La venta de unas tierras, de animales, un matrimonio o simplemente un acuerdo de paz, todo era validado por el acuerdo de la palabra. Aquel acuerdo hablado era más que suficiente para ser validado y tomado como un compromiso que no se rompía.
¿Te has preguntado alguna vez qué hubiese pasado si después de Jesús decir: “Heme aquí, envíame a mí”, sin mediar otra palabra, simplemente no hubiese llegado? ¿O que aquellas cosas que habló en la tierra no hubiesen tenido cumplimiento? Como al decir, “sé sano” o “tus pecados te son perdonados”.
Hoy en día muchos no prestan atención ni importancia a lo que sale de su boca. Son ligeros al hablar. Fáciles en comprometerse y decir que sí a todo sin importar las consecuencias que la otra persona pasa al no cumplir lo acordado.
La Palabra de Dios nos enseña claramente el poder de la lengua, que lo que contamina no es lo que entra en nuestra boca sino lo que sale de ella (Mt. 15:11), que la vida y la muerte está en nuestra lengua (Pr. 18:21), que de la abundancia del corazón habla la boca (Lc. 6:45), el que mucho abre sus labios tendrá calamidad (Pr. 13:3). También nos aconseja que seamos prontos para oír y tardos para hablar (Stg. 1:19).
Estar enlazado es lo mismo que quedar amarrado, atado. Lo que sale de nuestra boca es como una cuerda que nos amarra y que nos imposibilita quedar libres. Nos convertimos en un fiador, prisionero de aquello que hablamos.
El ejemplo dado por Jesús, con relación a lo que salía de su boca, es algo que debemos de imitar. Que podamos analizar y hacer silencio antes de contestar un sí, no o comprometernos pues aun por eso le daremos cuenta a nuestro Dios (Stg. 1:19). Cuidemos lo que sale de nuestra boca. Reconozcamos cuando le fallamos a Dios en nuestro hablar, al mentir, al hablar de nuestro hermano, al murmurar o simplemente al ser deudores de un hermano por nuestras palabras llenas de promesas que no vamos a cumplir. Refrenemos nuestra lengua, pidamos a Dios que nos ayude y comprometámonos a ser más cuidadosos al hablar.
“Padre, gracias por tus infinitas misericordias. Rogamos en el nombre de Jesús que a través de tu Espíritu Santo podamos ser transformados y ser como tú. Ayúdame a ser cuidadoso al hablar. Que pueda honrarte con mis labios y pueda yo amar y estimar a mi hermano. Oro que me ayudes a que ninguna palabra corrompida salga de mí, ni mentira, ni calumnia, ni nada que pueda ofender a mi hermano ni fallarte a ti. Quiero demostrar tu sabiduría en mí al hablar y que otros te vean a ti a través de mi persona”.