Vi un sticker que decía “En el nombre de Jesús, amen (así, sin el acento)” y me encantó el concepto. Especialmente porque solemos conocerlo perfectamente en la teoría pero nos resulta un tremendo desafío ponerlo en práctica.
Y además, porque hoy en día el concepto de amor está tan tergiversado. Los medios, la agenda global, los influencers quieren vendernos conceptos erróneos del amor. De hecho, están introduciendo sutilmente (y no tanto) perversiones en nombre del amor. Frente a estos atropellos -que de hecho no hacen más que confirmar el cumplimiento de la profecía bíblica de que llamarán malo a lo bueno y bueno a lo malo- nos indignamos y queremos levantar nuestra bandera del amor verdadero que solo Jesús da.
Ahora bien -y voy a hablar por mí- en ese proceso, ¿no terminamos haciendo lo mismo que criticamos? Sabemos y repetimos que Dios odia al pecado pero ama al pecador. Y a la hora de actuar, ¿cómo lo hacemos nosotros? ¿No tenemos cierta tendencia a ubicarnos como moralmente superiores y a levantar el dedito acusador?
Por eso me gusta este fragmento de la oración de Pablo cuando pide que los efesios y también nosotros podamos comprender cuán ancho, largo, alto y profundo es el amor de Jesús, que va más allá de lo que podamos imaginar. Si Dios me amó primero, si su amor es eterno, es incondicional y nada ni nadie puede separarme de ese amor, entonces ¿no debería yo también, en el nombre de Jesús, amar de esa manera a las personas que me rodean? Y sí, debería, porque de hecho así lo manda Dios mismo. Así se me ocurrió un desafío personal en dos pasos:
Primero, buscar a una persona. Puede ser esa vecina entrometida, ese familiar con su carácter especial, ese compañero de trabajo ventajero, en fin, ése que se nos viene a la mente cuando pensamos “uf, ¿también es mi prójimo?”. El mismo.
Luego, pensar una pequeña acción práctica, sencilla, cotidiana que demuestre amor. Puede ser desde un llamado, un mensaje, una taza de café, un pequeño gesto. No quiere decir que avalemos su conducta sino que estamos mostrándole el amor que Jesús tiene por esa persona, tal como lo tuvo por nosotros.
Que hoy podamos -yo pueda- amar a los demás en el nombre de Jesús, con ese mismo amor que sobrepasa mi entendimiento y me da plenitud.
“Señor, gracias por tu amor que es eterno, inmenso e inmerecido. Perdóname por las veces que pude mostrar amor y en vez de eso juzgué o critiqué. Ayúdame a amar a los demás como tú me amaste a mí de manera concreta en este día. En el nombre de Jesús, amén (que así sea)”.