Hace una semana, decidí visitar a la oftalmóloga. Como dicen por ahí, “los años no vienen solos”, y evidentemente, mi visión lo comenzaba a sentir. Durante la consulta, una de las pruebas que me realizó la profesional estuvo relacionada a la colocación de diferentes lentes con las que iba consultándome si veía bien, mal, mejor, peor, nítido, borroso, hasta que… ¡perfecto!! ¡Ahora sí, lo veo perfecto!!
Esta vivencia me recordó una conversación que había tenido con mi amiga Teresa acerca de cómo somos los hijos de Dios y cómo nos comportamos, sea cual fuere la congregación donde estemos o la ciudad, la provincia o el país donde vivamos. Juntas pensábamos en las formas de amar a los demás, y entonces surgió el interrogante: ¿será que muchas veces amamos, de maneras incorrectas, porque así es como nos amamos a nosotros mismos?
Claramente, el último fragmento de las palabras de Jesús en el versículo de Mateo 22:39, es el comienzo. Si la visión acerca de mí mismo es incorrecta, si el amor propio es incorrecto, si la autovaloración es incorrecta, entonces mi trato y amor hacia los demás será del mismo modo: incorrecto.
Pocas veces se nos habla de amarnos a nosotros mismos con el equilibrio justo. Muchas veces nos reducimos a la autoexaltación, al individualismo, al “solo tú eres el que importa” y caemos en el egoísmo. O, cuántas veces también, en todo lo contrario, llevándonos a pensar que debemos vivir una vida miserable. Sin embargo, en la Palabra de Dios encontramos una gran cantidad de enseñanzas relacionadas a cómo debemos pensar de nosotros mismos, para así, poder amar y valorar a otros.
Tener una visión clara y correcta de quiénes somos en Cristo, de que fuimos hechos por Él, en Él y para Él, seguramente nos permitirá amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Porque, en definitiva, sólo en Él podemos estar completos.
Tomemos tiempo para pensar y repensar en el amor a nosotros mismos, con las lentes adecuadas, con la ayuda adecuada, buscando en el manual de instrucciones (La Palabra de Dios), pues eso nos ayudará a amar al prójimo equilibradamente y a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente. En resumidas cuentas, con todo lo que somos y con la visión correcta.
“Padre bueno, te adoro, entre muchas otras cosas, por haberme creado así como soy. Pido tu ayuda para que pueda verme a mí mismo de la manera en que Tú me ves, y amarme, aceptando que también necesito cambiar para poder amar a otros.”