Cuando nuestro corazón y nuestros pensamientos se empiezan a alinear con los de Dios, nuestra visión empieza a cambiar y así también las circunstancias, porque empezamos a caminar junto con él. Su Espíritu guía nuestro camino hacia el propósito que pensó para nosotros.
Es entonces que el enemigo se pone alerta y empieza a atacar por donde más nos duele: amistades, familia, proyectos… Todo para poder detener el proceso que nos lleva a acercarnos a Papá.
Es ahí que nosotros tenemos que recordar que somos hijos de Dios: si él padeció en su vida en la Tierra, ¿por qué nosotros no lo haríamos?
Como hijos, nosotros debemos también cargar la cruz, estar dispuestos a que, al igual que él, nos digan locos, nos quieran atacar y avergonzar. Porque después de todo, si sufrimos con él; también vamos a tener gloria con él.
“Señor, ayúdame a llevar tu cruz y a comprender que cualquier tribulación que tenga en esta vida, será pasajera, porque soy más que vencedor en Ti”.