Más de 4000 opiniones se vertieron en las redes sociales de Vida Cristiana respondiendo a la pregunta sobre cuáles serían las principales causas por la que un matrimonio cristiano se rompe. En un contexto y una cultura cristiana donde los valores de la familia tienen especial énfasis, las rupturas matrimoniales, ya sea de hecho o en forma legal, están teniendo lugar con alarmante frecuencia.
Según un estudio realizado en 2021 por el Institute of Family Studies, la tasa de divorcios en parejas cristianas es de un 4,5%. El número es bajo si se considera las permanentes rupturas familiares en la sociedad, pero si nos estamos refiriendo a un sector que protege la integridad del matrimonio y la familia, es una cifra que debiera preocupar al liderazgo y fortalecer los vínculos familiares a través de enseñanzas, capacitaciones y una contención espiritual adecuada y enfocada en este tema.
Independientemente de la postura de los cristianos ante el divorcio –hay quienes lo condenan y quienes son más moderados a la hora de emitir juicio al respecto- hay una realidad insoslayable: existe parejas cristianas que se separan. Y hay que hacer algo al respecto.
En este informe de Vida Cristiana consultamos a profesionales en el campo del fortalecimiento familiar, quienes traerán luz al respecto de estas crisis y cómo prevenirlas.
Aunque no queramos reconocerlo, en el ámbito de las iglesias, el divorcio es cada vez más frecuente. Lejos de hacer la vista gorda, la iglesia tiene que hacer algo al respecto. Gustavo Romero es Pastor, Consultor Psicológico y Terapeuta de Parejas. Es argentino y tiene una mirada aguda sobre este tema y la postura de la iglesia. Sostiene que “los conflictos matrimoniales no son ajenos a la iglesia. En muchos casos existe la fantasía que al mundo cristiano no le afectan ciertas cuestiones quedando libradas a ‘ponerlo en manos del Señor, ya que Él va a hacer el milagro’, pero en cada milagro de Jesús el hombre es partícipe de hacer algo. En las relaciones de pareja sucede lo mismo. Dios va a hacer el milagro, Dios cambia y transforma; sin embargo la dinámica matrimonial no debe ser la misma. Gran error es pedirle perdón por algo que hicimos y decirle al Señor que queremos volver a ser como antes. ¡No! Porque el ser como antes me llevó al error que cometí. Necesito cambios.”

A partir del reconocimiento de la problemática es que la iglesia tiene que ponerse en acción. Entonces, ¿qué hacer? Y al mismo tiempo, ¿qué no hay que hacer? La Dra. Lis Milland es una reconocida consejera familiar puertorriqueña y manifiesta que “la iglesia debe trabajar en forma preventiva brindándole a los matrimonios talleres y consejerías sobre los asuntos que precipitan predominantemente los divorcios, como por ejemplo: la administración del dinero, la comunicación efectiva, la importancia de establecer límites, el respeto y cómo manejar la crianza de los hijos”.
En ese misma sintonía opina la puertorriqueña instalada en la Florida, Elsa Ilardo, directora del área hispana de “Live the Life”, un ministerio enfocado en la restauración familiar. “Creo que lo que la iglesia sí puede hacer algo ante una realidad que definitivamente va en crecimiento, y es identificar recursos profesionales que puedan ayudar a su congregación. Es integrar programas y personas que estén capacitadas para ser de ayuda a esta población. Tanto para esos matrimonios que están en crisis como para esas personas que ya no lograron rescatar su matrimonio y hoy se sienten segregados de su congregación por lo que los demás condenan, sin conocer”, enfatiza.
Ilardo va mucho más allá y no deja de subrayar cierto comportamiento tóxico por parte de una comunidad que debiera ser de ayuda en momentos de crisis en vez de actuar como juez. “Lo peor que podemos hacer como iglesia a la hora de abordar el tema de la separación y el divorcio es emitir juicios prematuros. Cada caso y pareja es muy individual y en ocasiones se juzga a la persona sin saber qué le hizo tomar esa decisión. ¿Qué pudo haber hecho diferente una persona que decidió rescatar a sus hijos y a su propia vida de una alta posibilidad de muerte? ¿Qué otra cosa podía hacer una persona cuando su integridad física estaba en riesgo? ¿Cómo puedes juzgar a un varón que fue abandonado por la mujer con la que pensó que iba a pasar el resto de su vida? ¿Cómo puedes juzgar a una mujer que, cansada de humillaciones, malos tratos y engaños quiso dar una oportunidad a sus hijos de vivir en un ambiente de paz? Como cualquier otro tema se debe tocar con cuidado y debemos ser empáticos. Intentar comprender qué sucedió y comenzar a ayudar a esa persona a sanar, sin intentar emitir un juicio sobre su caso”, asegura.

Por supuesto, no se trata de echar miradas críticas a la iglesia generalizando, porque existe un sinnúmero de congregaciones en toda América Latina que se ocuparon y se preocuparon por establecer ministerios abocados específicamente al trabajo con familias, y en particular, con matrimonios. Milland afirma que “hay iglesias que están haciendo la extraordinaria labor de crear grupos de apoyo para personas separadas y divorciadas. Esta estrategia es altamente efectiva porque los miembros de ese grupo conocen a otras personas que están pasando el mismo dolor y estrés que ellos están viviendo. Es altamente efectivo compartir con personas que están pasando situaciones muy parecidas a las nuestras”.
También existen ministerios paraeclasiásticos que están al servicio de aquellas congregaciones que, por diferentes razones, no tienen un equipo dedicado a la contención familiar. Como es el caso mencionado de “Live the Life”, en La Florida, USA, liderado por Elsa Ilardo y su marido Stephen, en el que “se otorga herramientas a las parejas, antes de que lleguen a la crisis, para que aprendan a cómo comunicarse más asertivamente. Tenemos un programa para jóvenes que les enseña cómo vivir en pureza y aprender a desarrollar relaciones saludables para el día en que se casen. También un programa prematrimonial muy completo y un programa de esperanza para parejas en crisis. Este es específico para parejas que están seriamente considerando divorciarse. Hemos logrado que el 80% de las personas que pasan por ese programa decidan romper sus papeles de divorcio y darse una oportunidad en su matrimonio”.

O como el de Gustavo Romero con su “Escuela para padres”, un taller itinerante con el que recorrió gran parte de Argentina, que aborda problemáticas integrales de la familia, haciendo especial foco en el universo matrimonial. O bien, profesionales que, de manera individual, ponen su preparación profesional al servicio de las parejas en crisis, como la Dra. Milland desde su consultorio en Puerto Rico.
Consejos al pasar
A modo de conclusión de este pantallazo que nos golpea como cristianos defensores de la familia, podemos verter una serie de consejos prácticos para personas que han pasado por divorcios, pero también consejos preventivos para aquellas parejas que aún pueden rescatarse. Esto nos alerta a trabajar en torno a un problema que no nos es ajeno como iglesia.
Lis Milland pone énfasis en “la importancia de hacer la reconstrucción del pasado y proyectarse con esperanza hacia el futuro utilizando la espiritualidad para lograr la sanidad total. La oración y la dependencia en Dios son recursos extraordinarios para liberarnos de dolores emocionales”. Y establece tres bases importantes sobre las cuales apoyar la restauración de las personas divorciadas. Principalmente, completar el proceso del perdón, sanar la autoestima y crear un plan financiero dado que los divorcios suelen empobrecer a las personas.

Romero, por su parte, ofrece una mirada pastoral y preventiva en la que desgrana palabra por palabra una de las primeras indicaciones que Dios le dio al hombre cuando empezó a habitar la tierra: “Génesis 2:24 es el mejor modelo del proceso de un matrimonio: ‘Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne’.
DEJARÁ: Nos indica que se debe pasar por una transición, cambiando de la posición de hijo a estar al frente de un hogar. Ser sacerdote espiritual.
EL HOMBRE: Esta frase tiene doble vía; por un lado nos indica madurez. Vivimos en una época donde encontramos adolescentes de 30 años, personas que no maduran emocional ni económicamente. Que no cortaron el cordón. Por otro lado se refiere a la masculinidad, a la virilidad. La sociedad quiere romper este concepto mintiendo con la falsa libertad de la elección sexual. Por eso vemos cada vez más mujeres que parecen hombres y viceversa.
PADRE Y MADRE: A contramano de las nuevas tendencias LGTB, la palabra de Dios nos insta a un modelo de familia completa. Un modelo donde mamá y papá pueden aportar de sí, de sus experiencias y su amor. Tendiendo un modelo de familia los niños crecerán con menos problemáticas y más seguridad.
SE UNIRÁ: El desafío es formar una nueva familia. ¡Una nueva! Tenemos la gran responsabilidad de aportar en ella los valores éticos y espirituales de la familia de origen, pero a su vez, de no repetir la historia. De dejar detrás lo que creemos que no aportará algo bueno. Y para concretar este paso debemos sanar las heridas que portamos.
A SU MUJER: ¡Ni más, ni menos! Aquí hay complementariedad tanto biológica como emocional. Su Palabra no deja dudas que el matrimonio, base de la familia, es papá y mamá; hombre y mujer. Las habilidades y dotes que posee uno no la posee el otro, por eso Dios crea a la mujer como ayuda y no solo eso sino que idónea. Justa. Exacta.
Y SERÁN: Es un proceso de conocimiento mutuo que no termina jamás ya que todo ser humano evoluciona como individuo. Los que somos hoy mañana no lo seremos; cambiamos, crecemos. Nuestras mismas células se renuevan.
UNA SOLA CARNE: Al decir se unirá a su mujer, Dios habilita la relación sexual. Tantas iglesias sugiriendo que el sexo es malo, que hay que alejarse de él en el noviazgo pero olvidándose de habilitar al matrimonio a una vida de disfrute, placer y procreación. Todo ser humano está formado por células de sus progenitores. Estos, se transforman en una sola carne”.
Es necesario que podamos abrir el tema de discusión para que deje de ser un tabú y sea una realidad a la que podamos comenzar a confrontar como pueblo de Dios. El matrimonio cristiano debe trabajar constantemente en resistirse a la dejadez disfrazada de libertad individual. Mantener una pareja unida es trabajo, esfuerzo, diálogo sincero, tiempo de calidad, autoconocimiento y resistencia a cambiar al otro. Pero sobre todo, saber que el pacto matrimonial es para siempre. A veces es duro pero se puede ya que todo lo podemos en Cristo que nos fortalece.