Roe vs. Wade es el fallo con el que se despenaliza el aborto en Estados Unidos en 1973. El Tribunal Supremo establece por entonces que el aborto es un derecho reconocido en la Constitución.
Todo provino del caso de una joven de 21 años, llamada Norma McCorvey, que en 1969 quedó embarazada de su tercer hijo. El primero estaba bajo custodia de su abuela; el segundo había sido dado en adopción. McCorvey quería abortar al que venía en camino, pero no podía hacerlo en Texas. A raíz de ello, grupos feministas le recomendaron inventar que había sido violada por un grupo de hombres. Esto trajo la atención de dos abogadas feministas, que tomaron el caso, y terminaron logrando Roe vs. Wade.
La verdad se supo años más tarde. McCorvey, cuyo nombre de ficción había sido “Roe”, admitió que jamás había sido violada. También se supo que fue utilizada por estas dos abogadas. Por cierto, nunca se sometió a un aborto. Así de irónico: el ícono del aborto en los Estados Unidos jamás se practicó uno.
Pero el fallo ya estaba: el Tribunal Supremo se inventaba que en la Constitución el aborto estaba consagrado como derecho. Nunca nadie pudo demostrar dónde; aquello dependía de una interpretación totalmente arbitraria, basada en un caso de ficción.
Hoy, 24 de junio de 2022, el Tribunal Supremo a través del fallo Dobb, deja sin efecto Roe vs. Wade. Esto significa que se reconoce que la Constitución no consagra el derecho al aborto. Así, la cuestión será decidida al nivel de los Estados en sus legislaturas.
Conclusión: todo esto depende de la política, guste más o guste menos. Si el actual tribunal dispuso esto, es gracias a que el ex presidente Donald Trump puso jueces conservadores. Y ahora, que los congresos estatales deberán resolver para sus jurisdicciones, esto estará en manos de los políticos. Ahora más que nunca, hay que apoyar a políticos que defiendan la vida de verdad, sin rodeos ni excusas. Los cristianos, habitualmente engañados por los políticos, deberán estar atentos a lo que viene y votar bien.