Angeleta es ucraniana y desde el día 1 de la invasión a su país, está asistiendo a los refugiados que buscan pasar a Varsovia. Decidió postergar sus estudios por ir a hacer este voluntariado en el que pone en juego no sólo su carrera, sino su vida. Y relata sus vivencias de esta manera.
“Es uno de los tantos días aquí. Estamos regresando de Ucrania. El desayuno de hoy no lo pude enviar porque hemos viajado casi 10 horas por auto desde Leópolis, en Ucrania, hasta Varsovia, para tomar el avión y volar de regreso. En total, casi 20 horas para llegar a Madrid”, dice esta joven de unos veintitantos años que en sus últimos 100 días fue testigo de cientos de familias que diariamente escapan del horror de la guerra para instalarse en algún rincón de la tierra que les brinde un poco de paz.
“En todo caso ha sido un viaje muy oportuno puesto que al problema de la guerra se suma la destrucción de las refinadoras de combustibles (la segunda que bombardearon, es la número dos en importancia y fue destruida hace unos días). Como consecuencia, casi no hay combustible. Colas de 5, 7 o 10 horas para solo cargar 10 litros por vehículo”, relata prácticamente como si fuese una corresponsal de guerra.
Los inconvenientes que esto genera, también hace lo propio con el equipo de voluntarios, que debe hacer malabarismos para ir a cada destino. “Para buscarnos en la frontera tuvieron que usar un vehículo. Para hacer nuestro trabajo de compras de alimentos, utilizaron otro, y para traernos de regreso a la frontera, tuvieron que pedir prestado otro vehículo que tuviera combustible”, detalla Angeleta.
“La necesidad de alimentos son enormemente drásticas en estos momentos porque el transporte escasea y cada vez hay menos combustible en las ciudades. Por lo tanto decidimos utilizar las ofrendas que nos han confiado para comprar directamente en Ucrania antes de que se acaben. Pudimos comprar seis toneladas de alimentos y entregar en los lugares donde más los necesitan”, culmina su relato Angeleta, quien a pesar del momento que se vive, no deja de sonreír, sabiendo que está dejando el alma por ayudar a las familias refugiadas. Para eso, cuenta con el aporte solidario de las iglesias evangélicas y donantes anónimos.
Y cierra su pedido de esta manera: “Gracias por por orar por esta nación y muchas gracias por aquellos que anónimamente se han sumado a esta tarea de aportar recursos para que podamos seguir juntos ayudando a esta hermosa y castigada nación”.