La charla a la distancia con Miriam inicia con un breve monólogo en el que ella misma cuenta su historia y lo que la motivó a salir al campo misionero.
“Nací en México en un pequeño pueblo en la sierra de Sonora donde la mitad de la comunidad eran católicos y la otra protestante”, cuenta. “Mi infancia fue muy feliz, en una familia amorosa, donde mi madre era evangélica y mi padre, aunque católico por tradición, siempre apoyó a mi madre en que nos criáramos evangélicos. Soy la segunda de cuatro hijos. A los 18 años dejé mi querido pueblo para ir a la capital del estado a estudiar la licenciatura en educación; posteriormente trabajé como profesora de primaria”.
¿Cómo fueron aquellos primeros años como misionera?
Fueron a bordo del barco Logos 2 de Operación Movilización (OM). Allí conocí a un chico sudafricano con el cual me casé, llevamos casi 18 años de casados y tenemos 2 hijos.
Después de nuestro matrimonio, trabajamos en Sudáfrica enfocándonos en prevención y educación del SIDA, creando conciencia y colaborando con iglesias y otras organizaciones para ayudar a personas afectadas por esta enfermedad.

Posteriormente regresamos a servir a bordo del Logos Hope, el nuevo barco de OM por 3 años. Después del barco, volvimos a Sudáfrica, como directores del centro de entrenamiento para misiones de OM, lo cual hicimos por 5 años. Mi esposo continúa sirviendo como líder de la región del Sur de África, enfocándose en alcanzar a niños y adolescentes con la palabra de Dios de una manera relevante.
¿Qué te preparó en tu niñez y cómo recibiste el llamado misionero?
Desde pequeña, mi familia y mi iglesia jugaron un papel muy importante en enseñarme a crecer en mi relación con Dios. Mi abuela fue un ejemplo de oración; mi madre de servicio y cada uno de mis amigos, maestros de escuela dominical, inculcaron en mí el deseo de servir a Dios.
Yo siempre supe que Dios tenía un plan, un llamado especial para mí, pero en mi entendimiento limitado, pensaba que el servir a Dios siempre equivalía a ser pastor o esposa de pastor. Cuando en el año 2003, un barco de OM visitó un puerto cerca de donde vivía y buscaban voluntarios, junto con mis amigos de la iglesia, fuimos a servir por una semana a bordo del barco. Durante ese tiempo, me di cuenta de que el ser misionera era el llamado que Dios tenía para mi vida. Pero tenía que tomar la decisión de dejar mi trabajo, lo cual me parecía muy difícil, por lo que pedí a la compañía con la que trabajaba un año sabático, después del cual regresaría a mi trabajo. Antes de concluir ese primer año, me di cuenta de que el llamado de Dios requería era de tiempo completo y que tenía que renunciar a mi trabajo por completo. Mi trabajo era mi seguridad, mi provisión, mi futuro; no fue fácil, pero sabía que era lo que Dios quería de mí.
¿Tu familia y amigos te apoyaron?
Mi familia siempre me ha apoyado y aunque les asustaba un poco el pensar que tendría que depender de patrocinadores para mi trabajo misionero, ellos hicieron todo lo posible para ayudarme.
¿Quién o qué fue más útil en los tiempos de preparación?
Operación Movilización en México impartió cursos capacitación en misiones transculturales. Cada semana teníamos tiempo de oración y monitoreo en cuanto a nuestra preparación y recaudación de finanzas. También leí libros de misioneros, como “Portales de esplendor” de Elisabeth Elliot. Dicho sea de paso, Elisabeth es mi modelo a seguir. Se podría decir que soy su admiradora y ella fue una inspiración para mí.

Si el reloj pudiera retroceder, ¿qué cambios te gustaría hacer en su propia preparación personal para el servicio?
Hubiera estudiado y aprendido inglés de manera fluida antes de ingresar a las misiones.
¿Cuáles crees que fueron esos conceptos erróneos que tuvieron que ser superados?
Uno de esos conceptos erróneos es el pensar que misioneros, evangelistas o pastores son los llamados a compartir del amor de Dios. Cada uno de nosotros, independientemente de ser ama de casa, estudiante, empleado, dueño de su propio negocio, somos llamados a compartir el amor de Dios en hecho y palabra. Dios nos ha hecho Su pueblo escogido “para anunciar las virtudes de Aquél que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable”. Es un llamado para cada uno de nosotros, empezando con nuestras familias, vecinos, centros de trabajo y las personas que Dios ponga en nuestro camino.
¿Cuáles percibes que son tus fortalezas y debilidades en el ministerio?
Dios me ha dado la habilidad de poder adaptarme rápidamente a diferentes culturas, lo cual fue de gran ayuda en cada lugar que hemos vivido. En cuanto a mis puntos débiles, diría que el no poder estar cerca de mi familia en México, especialmente cuando han pasado por tiempos difíciles.
¿Qué parte de la obra misional disfrutas más o encuentras más gratificante?
Cuando las personas en Sudáfrica se dan cuenta que soy mexicana, inmediatamente hay interés y despierta la curiosidad en ellos, lo que puedo utilizar para compartir el amor de Dios, dirigir la conversación de una manera que puedo ser directa y comunicar el verdadero motivo por dejar mi país. Surgen, además, anécdotas muy risueñas. En Sudáfrica, cuando me presento y digo que soy mexicana, casi siempre la gente me dice, “¿De México, como Speedy González? ¡Ándale, ándale, arriba, arriba!”
¿Qué partes de tu servicio intercultural te gustaría tener la oportunidad de hacer de manera diferente?
El poder ser hacedor de tiendas desde el principio de mi ministerio. Mi esposo y yo desde el inicio de nuestra labor, tuvimos la oportunidad de servir con una agencia misionera, lo cual nos ayudó mucho a crecer y en nuestra preparación para el servicio a otros, pero con el paso del tiempo nos dimos cuenta de que muchas de las oportunidades con personas que no conocen de Dios, se dan en un ambiente secular. Así que, desde hace algunos años, después de tener los papeles en regla, pude ingresar al ámbito laboral local, trabajando en escuelas y eso me ha abierto puertas para poder compartir de Dios con docentes y padres de familia. Es un ministerio donde a diario puedo ver cómo nuestro Padre Celestial puede usar una oración, una palabra de aliento o ser el buen samaritano a la gente que nos rodea.

¿Cuál fue la mayor decepción o desilusión que tuviste durante tu trabajo misionero?
Cuando uno vive de donaciones, ya sea de individuos e iglesias, es difícil tener un sueldo estable o fijo… el compromiso de apoyar económicamente a un misionero, en México y Latinoamérica en general es muy pobre. Casi inmediatamente después de casarme, muchos de los apoyadores decidieron no seguir haciéndolo, la mayoría sin avisarme, lo cual fue muy duro, era como si el hecho de estar casada me hacía “menos efectiva o menos misionera”. Sin embargo, Dios en su infinita misericordia siempre ha provisto lo que necesitamos y puedo decir “Ebenezer”, con la confianza de que he visto Su fidelidad en el pasado, en el presente y que en el futuro Su fidelidad nos seguirá rodeando.
¿Y cuál fue tu recuerdo más preciado?
Cuando salí de México, una de mis preocupaciones como hija era el cuidado de mis padres en su edad avanzada o enfermedad. Nosotros crecimos viendo a mis padres cuidando de mis abuelos y ayudando nosotros mismos en lo que podíamos. Cuando mis padres se enfermaron, mis hermanos y particularmente mi hermana menor, se hicieron cargo de todos los cuidados, con todo el amor y esmero que mis padres se merecían. Yo me sentía muy mal de no poder estar físicamente presente, excepto por unas cuantas semanas cada 3 o 4 años. Ellos me dijeron que, aunque yo estaba lejos ellos cuidaban de mis padres por mí, sin ningún reclamo o pesar. Mi hermana me dijo que ella sabía que Dios me había llamado a las misiones y que Dios la había llamado a ella a quedarse y cuidar de mis padres. Y así ellos lo hicieron hasta el día que Dios llamó a mis padres a su hogar celestial.
¿De qué maneras fuiste enriquecida debido al servicio transcultural?
Sin dudas, el poder adaptarme a diferentes culturas y trabajar con personas de diferentes nacionalidades, encontrar cosas en común y usar eso para compartir del amor de Dios o iniciar conversaciones que abren oportunidades para compartir mi fe el futuro.
¿Cuál es tu pasaje bíblico favorito que se relaciona con la experiencia?
Mateo 5:16: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.
¿Hay personas específicas en la cultura de destino que hayan tenido un impacto significativo en ti? Si es así, ¿quién y de qué manera?
Una hermana que es consejera, ella me ayudó mucho a procesar el fallecimiento de mis padres. Mi madre falleció hace 4 años y mi padre 6 meses después de ella. Fue un golpe muy duro, pero gracias al apoyo de mi esposo, hermanos y especialmente esta hermana que ha sido un ejemplo de sabiduría, no solo cuando perdí a mis padres, sino en su vida diaria; ella es una mujer de oración, entregada a su familia, apoyando a su esposo en su ministerio; como madre, amiga y mentora.
¿Qué consejos le darías a las personas que se dirigen al servicio transcultural?
Tengan un grupo de oración. Al estar fuera de su país, familia, iglesia y cultura local, uno se enfrenta con muchas dificultades y espiritualmente uno necesita la cobertura de oración para salir adelante, tomar decisiones correctas y no desanimarse. Aun cuando uno enfrenta adversidades, las oraciones nos ayudan a enfocarnos en Cristo y buscar Su propósito y guía en medio ellas.
El tener una iglesia o grupo de apoyo que no solo oren por ti, sino que económicamente puedan hacer un plan de apoyo financiero sustentable de mediano o largo plazo, dependiendo del llamado o ministerio; que el misionero también sepa rendir cuentas y someterse a sus autoridades espirituales y mantener una comunicación y relación abierta, honesta, respetuosa y sobre todo, guiada por el Espíritu Santo.
Preparase lo mejor que puedan para salir a misiones, ya sea aprender el idioma del lugar en el que desea servir, así como también laboral y profesionalmente. En lo personal, el tener experiencia laboral me ayudó a ser más disciplinada en mi servicio a Dios y Él ha usado mi profesión para alcanzar a otros.