No podemos manifestar siempre un comportamiento perfecto, pero con la ayuda de Dios podemos seguir avanzando hacia la meta.
¿Sabes por qué Dios nunca nos deja lograr una conducta perfecta? Si lo hiciéramos alguna vez, derivaríamos nuestro sentido de valor de nuestra perfección y desempeño, en vez de hacerlo de su amor y gracia. Si tú y yo nos comportáramos perfectamente siempre, pensaríamos que Dios nos debe una respuesta a nuestra oración por nuestra obediencia a todas las normas y reglas. Así que ¿sabes lo que Dios hace? Nos deja algunas debilidades para que tengamos que ir constantemente a pedir su ayuda. Nuestras debilidades nos mantienen dependientes de Él, nos guste o no.
Dios no nos va a dejar obrar y sentir paz y realización. Pero nos permitirá ponernos frenéticos. ¿Por qué? Así nos damos cuenta de que las obras de la carne no producen nada, sino tristeza y frustración (ver Romanos 3:20). Si es así, ¿qué se supone que hagamos? Confiar en Dios, relajarnos y disfrutar la vida.
Necesitamos aprender a disfrutar más de Dios. Eso no sólo nos ayudará, también quitará la presión de la gente que nos rodea. Es necesario que dejemos de demandarnos perfección a nosotros mismos y a todos los que nos rodean. Necesitamos empezar a disfrutar de las personas tal como son.
En esencia, Pablo decía que quería estar de pie ante Dios y decir: “Bien, aquí estoy, Señor, y aunque no tengo un historial perfecto, sí creo en Jesús. Mi justicia está en Él, no en mi capacidad para actuar”. ¡Qué esa sea tu meta también!
Tomado de “La Biblia de la vida diaria”, de Joyce Meyer. Una publicación de Casa Creación. Usado con permiso.