En la vida de la iglesia podemos contar diferentes momentos y tiempos de avivamientos. El cielo nos regala su poder y su avivar como quien coloca más brasas en un fuego. Hombres y mujeres de Dios que fueron usados por Él para traer nuevos tiempos y refrescar el nombre de Jesús en la Tierra. Ciudades y naciones enteras fueron sacudidas por diferentes manifestaciones del poder de Dios. Hemos experimentado y visto cosas sobrenaturales en cada uno de ellos. Bautismos en el Espíritu Santo, sanidades, milagros, liberaciones y mucho más. Fueron moveres de Dios que se centraron en lugar y espacio. Corrimos de todos los lados de la Tierra hacia ellos. Estadios, campos, plazas repletas durante días. El mover llevaba, en casi todos, el apellido del hombre que lo predicaba. Pero en muchos de estos avivamientos lamentablemente lo único que queda es solo el apellido del hombre usado por Dios. Muchos testimonios de milagros, sanidades y manifestaciones, pero pocos cambios en la vida interior de la gente. La expresión de Jesús en las vidas no ha sido perdurable en el tiempo.
Pero el avivamiento que se aproxima parece tener otra característica. Un avivamiento no tan “ruidoso” como los anteriores. Se oye como un silbo suave y apacible que va de adentro hacia afuera. No tiene un lugar específico. Se observan pequeños focos encendidos por todo el mundo, con revelación del Cristo glorificado, con un claro propósito del evangelio. No nace en la voluntad humana, sino en un nuevo “pesebre”. Casi desapercibido, como un niño en las afueras de las grandes ciudades.
No viene como quizás lo esperamos. Está naciendo como un niño, que crece y se forma en Dios. Algunos de nosotros estaremos desconcertados porque estaremos mirando, analizando y esperando de un lado y de otro, y de una manera ya conocida. Este avivamiento no usará ningún nombre ni apellido. Nadie se llevará el apellido de este avivamiento. Será Dios mismo y será perdurable en el tiempo.
La gente vendrá corriendo de a montones a Dios cuando el Espíritu Santo encienda estas pequeñas brasas. Vendrán tantos que la iglesia será conmovida. “Conmovida” en el sentido de que no tendrá tiempo de implementar formas y estrategias. No habrá lugar para “adoctrinar” estas nuevas iglesias. El fervor de Dios en ellos correrá por todos lados, anunciando el evangelio de transformación por el poder de Dios. No habrá lugar físico para albergar a la iglesia de “afuera”. No habrá lugar dónde encerrar a una iglesia que descubrió el poder por fuera de las paredes.